domingo, 1 de septiembre de 2013

Un ciento volando

El refranero español está lleno de contradicciones. Que si más vale pájaro en mano... Que si el que no arriesga... Pues eso, no gana. 

¿En qué quedamos?

Yo, lo reconozco, soy una orgullosa amante de la seguridad. Me gusta andar sobre tierra firme y prefiero evitar riesgos siempre que sea posible. Considero que la vida trae consigo demasiados momentos que inevitablemente me dejarán sin aliento, para bien, para mal o para peor. Y no podré evitarlo. Con esos momentos, yo tengo más que suficiente. No necesito pues tirarme en paracaídas, ni jugar al bingo ni, qué se yo, poner mi corazón una bandeja de plata para que cualquiera lo use de sonajero.

Cualquiera...

Siempre hay una excepción que confirma la regla.. Un riesgo que sabes a ciencia cierta que ahí acecha pero que prefieres, conscientemente, ignorar. Estas salvedades deberían producirse única y exclusivamente en aquellos casos en los que lo que podrías ganar si te arriesgas es más valioso que lo que podrías perder. 

No siempre es así. Al menos, no absolutamente. Relativamente, hay momentos en la vida en los que aquello que queremos alcanzar, lo del otro lado del precipicio, nos parece extremadamente importante. Sin embargo, pasado un tiempo, nos damos cuenta de que quizá valía más un corazón feliz-y su bandeja de plata-que el susodicho titiritero que nos lo robó.

Pero para qué voy a mentiros. Cuando una cauta decide ser incauta, cuando una cobarde se atreve a ser valiente, está segura de lo que hace. O no, pero eso no importa. Porque cuando una indecisa toma un camino -y mientras siga habiendo un camino- es para siempre.



No hay comentarios:

Publicar un comentario