sábado, 14 de septiembre de 2013

El corazón que sólo tenía corazón

El sol empieza a caer sutilmente, así como quien no quiere la cosa, en una aún calurosa tarde de septiembre. Un mes mágico. Un mes de inicios y reinicios. Los niños abarrotan la pista de patinaje del parque, exprimiendo los últimos coletazos del verano, que se bate discretamente en retirada.

A unos pocos metros de mí, una madre histérica increpa a su desconcertada hija. Le está cayendo una señora bronca y aún no sabe muy bien por qué. Yo sí lo sé: se ha olvidado los calcetines y sin calcetines, amigos míos, es un suicidio patinar.

- Pero, ¿por qué no me obedeces?- le grita con dureza a la pequeña.

No puedo evitarlo y casi se me cae de la boca un: 

- Mira, eso es lo mismo que le digo yo a mi corazón constantemente: "Pero, ¿por qué no me obedeces?"

He pensado en voz alta pero, a mi lado, mi amiga me ha oído.

- Tu corazón no tiene cabeza...-dice mientras sonríe como se sonríe a una loca sin remedio. 

- Lo sé... Mi corazón... Sólo tiene corazón.

Y es cierto. Me acuerdo del señor con bigote y pienso que a estas alturas de la partida debe estar más que muerto, pues hace mucho que no le escucho en mi interior. En su ausencia, la niña malcriada ha tomado el mando y se lo tiene más creído que nunca. Definitivamente, campa a sus anchas.

Esa es una de mis teorías. El mejor de los casos. Poniéndonos en lo peor... Bueno, creo que es más que probable que esa niña consentida haya persuadido al señor del bigote. Y no digo seducido, digo persuadido. Lo ha hecho utilizando sus propias armas: el raciocinio, la lógica, el sentido común. "¡Chúpate esa!", debe de estar pensando la muy... Aunque no es para menos. El corazón ha persuadido a la razón siendo razonable. Lo nunca visto.

Pues nada, hay poco que una pueda hacer ante tal situación. Hace unos años hubiera bastado con marcarme un "Desaparece" de El Canto del Loco a todo volumen expiando mis demonios a través del berreo puro y duro y los insultos intercalados entre estrofas.

Ahora tengo esa putada que llaman madurez y que a veces creo que sólo es una excusa para poder ser más débiles y pringados sin sentirnos culpables. Ahora ya no caben el despecho, el odio ni las patadas en el culo.

Ahora sólo me queda patinar, mirar al cielo y pedirle...

Que no deje de llover.



2 comentarios:

  1. Pero, ¿sabe qué, señorita? La niña patinó sin calcetines. Lo hizo, y se lo pasó genial. Que yo lo ví. A veces uno no necesita lo que le obligan a llevar. A veces se puede patinar sin calcetines y bajarle la voz a la razón. Y no es que desaparezca. Es que a veces, el corazón, sólo tiene que tener corazón. Porque no puede ser de otra manera.

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