miércoles, 22 de mayo de 2013

La ruleta del querubín

¿Sabes cuándo intentas cincelar una estatua romana con un hacha? ¿Cuándo pretendes tallar una preciosa figurita con una motosierra? Algo así me pasa. Desaforada, exagerada, grotesca, bruta, desproporcionada. Es como si nada de lo que tengo en la cabeza me sirviera para afrontar lo que tengo frente a los ojos. Como si estuviera ante un panel lleno de herramientas colgantes, de esos que tienen los utensilios repasados con rotulador, y por más que buscara con la mirada, ninguno me sirviera para abordar el destino que me ha tocado. 

Más o menos así lo veo. Una ruleta enorme antes de nacer. Y tú ahí, cual querubín nonato con alitas esperando a ver si la suerte te sonríe: "tú serás un pringado y no te comerás un rosco", "tú serás un triunfador en los negocios", "a ti te tocará vivir hasta los cien años". ¿Que si estoy contenta con lo que me tocado en la ruleta? Bueno, no me quejo. Si esto fuera La Ruleta de la Suerte, le pediría a Jorge Fernández que me diera un poco más de pasta. O al menos, que trucara la mágica rueda para que me saliera un comodín que poder canjear por cualquier otra cosa. Eso es. Cualquier otra cosa. Esa cosa. Eso. Ése. Él. Tú. 



Pero como eso es imposible, sigo buscando delicados pinceles, suaves esponjas, leves plumas. Cualquier manera dulce, sensata, calmada de afrontar la realidad. Y, nada, que nada me encaja. Que nada me sirve. Todo es demasiado grande, demasiado pequeño, demasiado concreto, demasiado abstracto. Mucho me temo que me toca hacer de inventora y crear una nueva herramienta. Una que me entienda y que no queme. Que me respete y no me juzgue. Que me permita crear algo nuevo, sin mancillar lo viejo. Una "superherramienta" que ni Doraemon hubiera podido imaginar. Ese es el reto. Se admiten ideas. 

lunes, 13 de mayo de 2013

Virtudes

Hay quien quiere ser un triunfador. Quien persigue desesperadamente el amor. Quien busca el trabajo de su vida. Hay, incluso, quien se busca a sí mismo... Pero Virtudes sólo quería una foto entre las rosas. Las rosas rosas, rojas y amarillas del parque de su barrio. 


Virtudes ya es una triunfadora. Tiene 80 años (¡ahí es poco!) y me imagino cuántas decepciones, tragos amargos y baches a sus espaldas. Pero, milagrosamente, sonríe como si tuviera 15 primaveras. Porque sigue enamorada de su marido, después de 55 años de matrimonio y 14 años de noviazgo. Porque tiene nietos, también triunfadores, repartidos por todo el mundo. Inglaterra, Nueva York, México... Son algunas de las paradas que ha realizado en su camino. Quién se lo iba a decir a ella cuando era tan sólo una niña jugando en el patio de alguna blanquísima casa de pueblo andaluza. 

Virtudes se acercó a nosotras porque su sueño aquel día era fotografiarse junto a las rosas. Y lo cumplió. Aunque nosotras sospechamos que sólo era una excusa para llevar a cabo una misión mucho más importante: hablarnos. Ella nos contó cosas sobre su magnífica vida, y quién sabe si por casualidad, obvió lo malo y se centró sólo en lo bueno. Su único reproche no fue sobre su mala salud, la dejadez de sus hijos o la política, sino sobre el hecho de no poder apretujar a su biznieta, que vive en otro país. 

Virtudes nos recordó que los problemas diarios, por mucho que a veces nos engullan y abrumen, son sólo pasajeros. Que dentro de 60 años, cuando tengamos su edad, ninguno de los problemas o dudas que nos absorben ahora permanecerán. Que todo pasará por el camino. Se esfumarán algunos conflictos, llegarán otros, quizá peores. Pero, lo he decidido, haré lo que sea, lo que sea, para llegar a la octava década de mi vida bailando, sonriendo y contándole batallitas a algún par de jovencitas "con cara de buenas personas". 



Virtudes sólo quería hacerse una foto con la rosas, o eso nos dijo. Yo creo que ella nos eligió cuidadosamente, entre todas las personas del parque, para confiarnos su historia. Creo que ella intuyó que necesitábamos su testimonio para recuperar la esperanza en una vida mejor, más sencilla, más alegre. Su relato, felizmente desordenado, nos envolvió de cariño y trascendencia, y nos olvidamos de todo lo demás.

Gracias, Virtudes.

Gracias, G. No hubiera sido lo mismo sin ti.