Por si quedaba alguna duda, me encantan los gatos. Bueno, me encantan todos los animales. De pequeña perseguía hormigas, rescataba gorriones caídos de árboles, contemplaba, decepcionada, el milagro de los gusanos de seda. Aprendí a cuidar antes de Lucky que de mí misma, me montaba encima de los pastores alemanes de mi tía, que me doblaban en tamaño, y soñaba con llevarme a casa a alguno de esos perros turisanos abandonados que te perseguían hasta la puerta de tu casa.
Pero lo mío con los gatos es adoración. A diferencia de lo que piensa mucha gente, que los ve fríos e interesados, los gatos son tan, tan, humanos... Pasan de fulminarte con una gélida mirada a restregarse por tus piernas o manos pidiendo mimos. Cuando menos te lo esperas, les da un "flus" y empiezan a correr por todo el pasillo, con doble salto mortal en las paredes incluido. Y, claro, te tienes que reír. Son tan pasotas como adorables. Andan con la majestuosidad de los leones, pero cuando se lavan la cara, vuelven a ser cachorritos indefensos. Lo que más me gusta de los gatos es cuando te miran con esa cara de no haber roto un plato en toda su vida, y tú te acuerdas del "Día en que se llevó la palma". Hablo de Romi, claro está, y de ése día con nombre propio en mi familia, como un capítulo de Friends, en el que mi querido Romi, entonces mini Romi, se lanzó a la bañera llena de agua en plan suicida, tiró y rompió varios objetos, incluida la jaula del pájaro, y algún despropósito más que ahora no recuerdo.
Romi es ese peluchito (vale, peluchote) de color canela y blanco que pulula por mi casa y lo llena todo de pelos (y alegría) desde hace 13 añitos, nada más y nada menos. El que se vuelve loco cuando oye abrirse la puerta del armario donde guardamos su cepillo. El que no conoce una caja lo suficientemente pequeña como para no intentar meterse dentro. El que me persigue por toda la casa maullándome como si intentara decirme algo clarísimo. Y yo volviéndome loca porque tiene comida, agua y la mantita en su sitio. El que viene a recibirme cuando llego (¿quién dijo que eso sólo lo hacían los perros). El que me contesta cuando le hablo (y esto lo puedo demostrar). El que, en estos momentos, está roncando a mi lado en el sofá (le perdonamos, que ya es viejito).
Hay quienes adoran a los animales de compañía. Hay quienes los cuidan como hijos, quienes les ponen disfraces absurdos o los meten en bolsos sobaqueros. Hay quienes los ven como un objeto útil que se come los ratones y asusta a los merodeadores. Hay, por supuesto, quienes los maltratan y desprecian. No me detendré ni un segundo a calificar a estos proyectos fallidos de personas humanas.
Hay quienes compartimos nuestra vida con ellos, los respetamos y los queremos. Quienes sabemos que les damos tanto como ellos nos dan a nosotros.
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