lunes, 24 de junio de 2013

Summertime

Recientemente he descubierto que el césped es mi medicina. Mi antídoto ante todo: la apatía, la depresión, los nervios y, sobretodo, el calor. No sé si soy yo, pero mirando hacia arriba todo se ve mejor. Te olvidas de lo que te rodea y adquieres otro punto de vista, uno poco habitual. Contrapicado. Los árboles, el cielo... Todo parece distinto y más guay.

El verano es guay. Estados de ánimo, idas y venidas a parte, el verano lo cubre todo de un halo mágico, especial. La naturaleza inspira, la ropa motiva, el agua refresca, los cafés se granizan y convierten cualquier merienda en un super planazo que parece salido de un anuncio de Estrella Damm. 

Me gusta el verano porque voy por la calle con los cascos puestos y suena Taylor Swift (sí, Taylor Swift). Y me siento como si tuviera 22 (aunque en realidad tengo dos, casi tres, añitos más). Y me imagino que caen globos de colores del cielo y me dan ganas de dar vueltas para que la falda de mi vestido se abombe, como cuando era pequeña. Y entonces llega el momento estelar y me pongo a darlo todo (mentalmente) con Efecto Pasillo. Y el compás lo marcan mis discretas caderas, pero me siento la única y más deseada mujer sobre la faz de la tierra (viva la música, by the way). Y pienso que me gustaría tener un poco más de morro, como los apasionados flamenquillos que no dudan en cantar a viva voz en medio de la calle.


También he descubierto que cada vez me importa menos lo que esté bien o mal. Hay límites claro, pero es que es tan, tan agotador hacer lo que "es mejor". ¿Y quién dice que lo sea? ¿Quién sabe lo que nos depara el futuro? ¿Quién nos garantiza que hacer lo correcto hoy nos hará más felices mañana? Lo "mejor" es relativo, muy relativo.

Así que aunque este estado de ánimo (pasajero, seguro) de anuncio de compresas dure poco, y pase lo que pase mañana, sé que aún quedan tres meses de verano. De sol, de césped, de playa, de pueblito bueno (Glo ;) ), de 25 cumpleaños, de repostería. De idas y venidas, lo sé. Tres meses, y los que vendrán, de pura (y prometo intentarlo, dura) Nuria.



jueves, 20 de junio de 2013

El bufón del universo

Que sí, que cada vez lo tengo más claro. Que tengo a un coro celestial ahí arriba haciendo y deshaciendo a su antojo y partiéndose de mí y de mi caótica vida. Y Noelia también lo sabe, porque de ella también se ríen. Malditos, que sois unos malditos. Hoy las dos nos hemos sentido un poco bufonas y hemos decidido, para consolarnos, que es nuestro precio a pagar por haber sido unas auténticas arpías en otra vida. Pues nada, si hay que compensar se compensa. Karma lo llaman, ¿no? Pero vamos, que una putada serlo, lo es. 

Si hay que reírse nos reímos también. Porque el césped  y los árboles bonitos del cauce del río Turia ayudan. Como también lo hacen los tuppers de restos de otro día, el tiramisú casero y el chocolate Milka de Oreo. Y porque nuestras sonrisas eclipsan al mismo sol (ahí la llevas, estúpido Universo). Noelia y yo te desafiamos, te desafiamos mucho. Y por eso nos reímos hasta de nuestra sombra.

Hasta aquí la Nuria chulita e irónica que tan pocas veces se deja ver por este blog (algo más en el día a día).

Empieza ahora la Nuria pringada, en la piel de la cual me siento bastante más cómoda, más que nada por costumbre. La que implora, suplica y se arrodilla si hace falta para clamar al cielo un: "como broma ya está bien, pero vale ya, ¿no?". 



Necesito unas vacaciones. Un descanso de no hacer nada. Porque no hacer nada cansa, y mucho. Cansa el alma, la ilusión y la persistencia (vale, ya me estoy poniendo moñas). Porque a las víctimas de esta generación perdida se nos mira mal cuando pedimos unas vacaciones. Unas vacaciones para dejar de pensar, de darle vueltas, de inventarse y reinventarse cada día. Unas vacaciones para el corazón, que lo tengo gripado, por Dios santo.

Y hasta aquí mi despotrique de hoy (podría seguir eternamente pero tengo hambre y sueño y alguna cosa más que no identifico). 


martes, 4 de junio de 2013

El trébol de cuatro hojas

El primer estante del armario que hay bajo la pila de mi cuarto de baño es un auténtico muestrario de lacas de uñas. Os lo juro. Exagerado. He llegado a creer que tengo un problema, sobretodo teniendo en cuenta que la mayoría de las veces me muerdo las uñas y no puedo lucirlas. Pero bueno, lo importante es la actitud, o eso dicen. Por eso en el primer estante que hay bajo la pila de mi cuarto de baño hay esmaltes rojos, rosas, naranjas, verdes, azules, morados y todos sus derivados. Por eso, ayer cogí el pintauñas color turquesa y vestí con esmero mi desnudas y mordisqueadas uñas. Porque lo importante siempre es la actitud.



Eso dice, al menos, El Libro de la Buena Suerte. Un tomo breve, cuyo contenido, a priori, juzgué demasiado predecible y simplón, pero que tras su lectura me dejó algunas reflexiones importantes. ¿Qué pensaríais si, para conseguir la felicidad eterna, tuvierais que encontrar el lugar exacto donde nacerá un trébol de cuatro hojas en un extensísimo bosque? Imposible, ¿verdad? Ciertamente lo es. Como increíble es el final de El Libro de la Buena Suerte, en el que uno de sus protagonistas consigue, efectivamente, hallar el codiciado sitio. Bueno, en realidad, lo que hace el tenaz caballero es escoger una parcela al azar y crear en ella todas las condiciones necesarias (sol, viento, tierra) para que el mágico trébol crezca, esperando que la madre naturaleza elija justo ese punto para hacer nacer la diminuta planta. 

Extrapolemos. ¿Quieres conseguir algo? Pon de tu parte. Crea condiciones, facilita situaciones. Haz que pase. Suena fácil, pero no lo es. Está claro que no conseguiremos que nos lluevan billetes sólo por plantarnos en medio de la calle con un capazo y muchas ganas. No. Pero nos sorprenderíamos si, en lugar de quejarnos y maldecir al universo y cruel destino cuando algo nos sale mal, optáramos por adoptar una actitud predispuesta. Osea, que si quieres recibir invitados, asegúrate de que te pillen con la mesa puesta. La Buena Suerte se crea, no se atrae. No busquéis más tréboles de cuatro hojas: lanzaros a cultivarlos. Porque la vida sólo pasa una vez, y vale la pena luchar por las cosas que realmente le dan sentido.