domingo, 20 de mayo de 2012

Silver lining the cloud

"No hay mal que por bien no venga". ¿Quién no ha tenido que soportar el latigazo de esta estúpida frase alguna vez en su vida? De labios de familiares, amigos y demás seres queridos que recurren a ella en un vano intento de levantarnos el ánimo. Otras veces, incluso nos hemos sorprendido a nosotros mismos conjurando la famosa frasecita. Siempre, siempre, desde la otredad del dolor ajeno. 

"No hay mal que por bien no venga", nos dicen. ¿Pero qué tiene que ver lo bueno que me pueda ocurrir mañana, con lo malo que me pasa hoy? ¿Acaso no me merezco la felicidad, si antes no me he llevado cien palos? ¿No sería mejor sólo el premio, sin desgracia previa? "Pues no, porque sin el sufrimiento, no apreciaríamos las cosas buenas a nuestro alrededor". Y por eso, "no hay mal que por bien no venga".

Una filosofía esta, con bastante sentido, circular, en la que todo encajaría y en la que el estadio final al que todos caminamos, a pesar de las eventuales adversidades, es la dicha. ¿Por qué entonces sentimos a veces que todo nos sale mal? Una vez, y otra, y otra, y otra, y otra. Y el ansiado premio no llega. Y el pesimismo nos atrapa como un gran nubarrón atrapa el sol. Pero siempre hay alguien ahí para poner a prueba nuestra paciente fe con un "no hay mal que por bien no venga" (que puede acabar con un "¿y por qué no me llega ya el maldito bien?" como respuesta).




A otros, la manida frase les proporciona esperanza. Porque el dolor no disminuye, pero adquiere cierto sentido si sabemos que era necesario para que nos pasara aquello otro bueno. Nos sentimos entonces como una especie de auto-mártires que se sacrifican por su propia felicidad futura.

Pros y contras aparte de esta recurrente expresión, yo me quedo con su versión anglosajona ("because there's always silver lining in every cloud"), y más concretamente, con su reflejo en este maravilloso himno, uno de tantos, de Coldplay.