martes, 27 de diciembre de 2011

De voces y rumiaciones

Una vuelta. Y dos. Y tres. Y cinco. Y diez. Y treinta. Vueltas y más vueltas, y así, hasta que "se me hace bola", como solíamos decir de niños para definir el desagradable amasijo en que se convertía un pedazo de filete tras varios minutos de rumiación con la mirada fija en el televisor. 

Ahora ya no rumio carne. Rumio pensamientos: simples, complejos. La mayoría de las veces tan complejos como cualquier simple persona con simples sentimientos, simples miedos y simples inseguridades. 

Entonces imagino que mis ideas son hilos teñidos de plata que conectan unas cosas con otras. Y así unos pensamientos llevan a otros. Para un rumiador un mal día podría convertirse en un mal mes. Esas palabras extraídas con ahínco de su natural contexto, podrían significar el fin absoluto de algo (¿qué habrá querido decir?) o el comienzo inevitable de otra cosa (¡eso es que le gusto!). Y al final del día, hay tantos y tantos hilos de plata que la cabeza se nos antoja a los rumiadores un tachón enorme. Como uno de esos dibujos, abstractos donde los haya, que garabatean los niños y que, a sus ojos pueden ser leones, castillos, princesas,ositos, perros y camiones, y a los nuestros, simples rayajos de cera de colores. 

Suposiciones, pretensiones, adivinaciones, absolutismos y predicciones varias. Son el día a día de los rumiadores profesionales. Porque está claro que "él o ella DEBERÍA haber hecho esto, porque yo lo hubiera hecho". Porque "esto no debería pasar porque no me lo merezco". Porque "seguro que nunca pasará nada porque nunca tengo suerte".

Los hilos de plata son resistentes. Y a veces no sé muy bien como deshacer los enredos que, yo sola, organizo en mi cabeza. Van de un sitio a otro, y no sé llegar al final de uno de los hilos sin saltar a otro. Ideas y más ideas que se entrecruzan y se hablan en mi cabeza. Y no me dejan oír la voz. La única voz de todas que vale. Ese cursi concepto de "voz interior" que teorizan los libros de autoayuda. La voz de la sensatez, de la seguridad en uno mismo, de la confianza en nuestras propias decisiones, incluso cuando la decisión es no decidir nada. Esa voz que toda persona debería oír nítida y clara. Fuerte y potente. Esa voz que los "rumiadores" tenemos que esforzarnos por adivinar entre otras miles: la voz del miedo, la voz de la costumbre, la voz de la experiencia, la voz del dolor, la voz del pasado, la voz de la incertidumbre, la voz de la inseguridad. 

¿He mencionado ya la voz del miedo? Sin duda, la peor y más engañosa de todas las voces. La más destructiva, la más pegadiza. La que cuanto más escuchamos, más aumenta su volumen. La que intento cada día ignorar en favor de la auténtica voz. Mi voz.