lunes, 26 de septiembre de 2011

Mi Audrey

Justo ahora que vuelve Gossip Girl con Blair y Serena poniéndonos los dientes largos con sus modelitos de alta costura. Justo ahora que me acabo de comprar las revistas de moda de este mes y no puedo evitar pensar "esto le encantaría". Justo ahora que necesito ir de compras, perderme en cualquier tienda y olvidarme de que la calle sigue ahí fuera. Justo ahora, la chica de los ojos enormes y de la sonrisa perpetua, cambia la ciudad del Turia por la del Manzanares. 

Cuidado, Madrid, ha nacido una estrella. De hecho, nació hace ya muchos años, a golpe de hojear revistas de moda entre clase y clase, de bucear en la web y cazar tendencias, de crear blogs de moda cutres con una servidora, de analizar al detalle una alfombra roja tras otra. Y yo, con ella.

Y lo seguiremos haciendo. Porque siempre compartiremos un universo propio de películas moñas, vestidos míticos, canciones bonitas y cosas moñas en general. Un universo que un día resumimos bajo el acrónimo "Adaynuri". Porque el día después de unos Oscars o unos Goyas ya no tiene sentido sin ella. Porque cada vez que vea un osito de Tous, una pulsera de pandora, un gorrito de lana, un bolso divino, una camiseta con dibujos animados... Me acordaré irremediablemente de ella. Cada vez que mi mirada tropiece con el vestidazo rojo de Heidi Klum en unos Óscars, o con el verde de Keira Knightley en Expiación. Todos me hablarán de ella. Y cada vez que tenga uno de esos días rojos, como su adorada Audrey en Desayuno con diamantes, haremos desaparecer de golpe 300 quilómetros y pico para hablar de todo y de nada. Y el día rojo volverá a ser de todos los colores.




Para Ada. Vuelve pronto!!!!!!!

sábado, 3 de septiembre de 2011

Inventar, creer, crear

Nos enamoramos de lo que inventamos. Lo dijo Punset, en su infinita sabiduría, y también lo pienso yo. Nunca nos enamoraríamos los unos de los otros si no nos lanzáramos a la temeraria tarea de exagerar las virtudes y minimizar los defectos del amado o amada. El amor empieza donde termina la razón, la sensatez. En ese trascendente momento sin camino de vuelta en que reconocemos ante nosotros mismos nuestros sentimientos. Mientras se niegan, éstos no existen. Cuando se piensan, se verbalizan y se reafirman, es demasiado tarde para arrepentirse

Aparece entonces una sensación arrebatadora, en cierta manera, un modo de locura, una voz interior que acalla todas las demás (adiós voz del miedo, adiós voz de la desconfianza, adiós voz de la comodidad, adiós voz del egoísmo). Y la nueva voz dice, bien alto y bien claro: me da igual enamorarme, me da igual acabar sufriendo o llorando como la última vez, me da igual saber que la ilusión, la esperanza y el enamoramiento me han levantado tan alto, que la caída será mortal de necesidad si se rompe el finísimo hilo del que pendo. 

Ese momento es grandioso. Es como estar drogado. No hay dolor, no hay nada más que deliciosa euforia. Es un estado narcótico y edulcorado en que todo es (él o ella es) perfecto. 

Y es ahí dónde inventamos, donde diseñamos a quién queremos. Partimos de una base, claro está. No se puede inventar un Robin Hood donde sólo hay mezquindad, ni se puede sacar un gentleman de un matón de barrio. Pero, con el amor clavado en los ojos, sólo podemos ver un 10 donde hay un 6 o un 7. Inflamos la realidad hasta que, un día, nos estalla en la cara.

Nos enamoramos de lo que inventamos. Hay otra forma de entender esta afirmación. Probablemente más amable, y menos amarga. Inventar significa creer. Creer en algo o en alguien. Y a veces, creyendo, creamos. Así, vernos a través de los ojos de quién nos quiere, es el mejor incentivo para llegar a ser quién él o ella ha inventado en su cabeza. En otras palabras: "tú me haces ser mejor persona". Una manida frase que no por ello deja de contener grandes dosis de verdad. 

Por eso el amor es importante. Porque algunas veces (muchas veces) invertimos nuestro tiempo e imaginación en crear una realidad que de pronto, un día comprendemos con triste resignación que no existe, y todo acaba. Imposible comprender en ese momento, que todo forma parte de un cruel y macabro entrenamiento para prepararnos para el amor definitivo. Ese amor en que lo que construimos para él o ella (una visión idealizada de todo cuanto tiene que ver con su persona, una realidad perfecta sazonada con ilusión, ilusión y más ilusión) se convierte en realidad. En que le decimos que es imprescindible para nosotros, y nos cree. En que le aseguramos que nunca nos separaremos, y nos cree. En que le juramos que no hay nadie en el mundo que pudiera hacernos más felices y, de nuevo, nos cree. Ese día en el que ver nuestra imagen idealizada en los ojos del otro, nos hace luchar cada día por ser esa persona: por no decaer, por no decepcionar, por no empañar lo que él cree de nosotros. Y esa agradable y desinteresada lucha, dura para siempre. Entonces sabremos que hemos encontrado eso que llaman "el verdadero amor" y que nadie (y me incluyo en "nadie") acierta a definir si no es cayendo en un puñado de tópicos cursis.

Inventamos, creemos y creamos. Y esa es la receta del amor.