domingo, 30 de diciembre de 2012

Trescientos sesenta y pico

Y así transcurren las últimas horas del 2012. Entre mantas y con "The Holiday" de fondo. Nada especial y, sin embargo, mi vida es muy distinta de como la hubiera imaginado hace un año. Puede que a simple vista todo siga igual. Y no, no he encontrado aún muchas de las cosas que busco.

Mi mundo es imperfecto (perdón, perfectamente imperfecto). No tengo nada y, a la vez, lo tengo todo. Esa es, precisamente, una de las cosas que he aprendido en estos últimos trescientos sesenta y pico días. Que todo depende del prisma con el que miramos a nuestro alrededor. La infelicidad y la felicidad pueden ser dos caras de la misma moneda. Y ambas han de ser entendidas como estilos de vida, formas de existir en el mundo, nunca como crueles imposiciones del destino, que nos trampea o agasaja caprichosamente. No somos títeres a la deriva de los acontecimientos.

Me ha costado verlo, pero más vale tarde que nunca. Y yo este año he decidido ser feliz con lo que tengo, que no es poco. No siempre, claro. Ha habido altos y bajos (picos y valles). Pero, ¿sabéis? Me encanta el paisaje que he dibujado por el camino. Muchas dudas y menos certezas. Desesperación y de repente paz. Sorpresas y rellamadas. "Yo nuncas" que se han convertido en benditas rendiciones.

Un 2012 este, curioso, curioso... Una broma del destino, una carcajada mayúscula de los de ahí arriba. Un ¿último? trazo del círculo. Un año en el que he sido más yo que nunca, justo cuando creía que ya no podía ser más auténtica, que ya lo conocía todo de mí, que ya nada podría hacerme cambiar. Y así, de una patada, "tot per l'aire", que dicen en mi tierra.

2013... Asusta y motiva a partes iguales. No pasa nada, el sentimiento no es nuevo. Pertenezco a la generación de la incertidumbre y mis ganas se alimentan del fracaso diario. Pero voy a tener suerte. Lo sé porque yo misma la fabricaré.


lunes, 10 de diciembre de 2012

Preguntas y respuestas


Si hace cinco años me hubieran dicho que tendría un blog, no lo hubiera creído. Por aquel entonces, la "escritora" tímida que vivía en mí sólo se había arrancado garabateando líneas en folios usados, agendas que venían de regalo con revistas adolescentes, hojas arrancadas de libreta que acababan siempre dobladas en mil partes en el fondo de algún cajón para, pasado el tiempo, ser encontradas y acabar siempre arañando la misma parte de mi corazón.

Años después, la "escritora" que soy (y entrecomillo porque "escritora" suena a profesional, a un trabajo, a saber lo que se hace, y yo sólo soy escritora porque practico el ejercicio de escribir), piensa que tener un blog mola. Y no solo eso. Es necesario, terapéutico, casi vital para aquellas personas que en determinados momentos, sentimos la incontenible necesidad de explotar en un laberinto de palabras para no volvernos locos. De escribir para fijar, para dejar constancia, quizá sólo para desahogarse. Y a eso le llaman inspiración.

¿Por qué un blog? Porque todo lo escrito, todo, sin excepción, tiene su razón de ser en la lectura. Creo firmemente que un texto que no es leído, muere de pena e inanición. Y yo no quiero que todo aquello por lo que por un momento he pensado, creído o llorado, muera de pena. Quiero que viva, y quiero que otros lo lean, disfruten, se horroricen, rían o lloren conmigo.

Mi mejor amiga, Mamen, autora de un blog que empezó siendo de moda pero que está lleno de cosas mucho más sinceras, inteligentes y tiernas, me ha retado a contestar unas preguntillas... Y como a mí lo de divagar me encanta... ahí van las respuestas.


1. ¿Qué te inspira más a la hora de actualizar? 

Mis musas, supongo que todas, son caprichosas y malcriadas. Nunca están cuando las necesito, y siempre irrumpen cuando no las busco. Aunque ya empiezo a cogerles la medida... Creo que persiguen las fotografías bonitas, las luces de la noche, la música de Coldplay, mirar por la ventana, los paseos, el puente de la Avenida del Cid, el amor. 


2. Describe tu blog con tres adjetivos. 

Nice&Slowly es (o pretende ser) un blog sincero, optimista y complejo, más o menos como yo. 


3. ¿Cómo te ves en el futuro (laboralmente hablando)? 

Quiero ser (qué narices, soy) periodista. No quiero mi propio medio de comunicación, no quiero cambiar el mundo, no quiero ser corresponsal de guerra, ni todas esas cosas molonas que la gente siempre piensa del periodismo. Quiero trabajar a pie de calle, hablar con mucha gente, empaparme de cosas que aún no sé y me muero por saber, leer más libros y menos noticias. 


4. Metiéndonos de lleno en la temática navideña, ¿qué es lo que más te gusta de las Navidades? 

De la Navidad me gusta lo más banal: los adornos, las luces, las pelis típicas (los villancicos no, por favor). Me gusta ver a mis sobrinos abrir sus regalos, y abrir yo los míos. 


5. Cuéntame un sueño que se pueda decir en público... 

Mi sueño no puedo, o mejor, no quiero, decirlo en público. 






Gracias Mamen.

Gracias musas, ¡una vez más!


miércoles, 5 de diciembre de 2012

Cura de simplicidad

No sólo las pastillas curan. Existen medicamentos naturales mucho más potentes y eficaces que la química. Y no, no hablo de las maravillosas propiedades de las frutas y verduras con las que tan familiarizada estoy últimamente. 

Hablo de miradas que cuidan, abrazos que protegen, manos que cobijan. Rayos de sol que acarician, melodías que reviven, escenas que enamoran. Cuidados del alma, medicinas cotidianas que no encontramos en las farmacias, y menos mal, porque cada vez es más difícil encontrar una abierta en este mundo al revés en el que nos ha tocado vivir. Son medicinas que aparecen en el preciso instante en que las necesitamos. Porque sólo tenemos que querer verlas, y brotarán de la nada, calmando el miedo, el estrés, el rencor, la impaciencia, el dolor, la apatía.

Cosas sencillas. Ahí reside la clave. En lo que se llama una cura de simplicidad. Convertirnos en cámaras de fotos humanas y congelar instantes, sonrisas, momentos felices, y convertirlos en nuestros mejores aliados. Nunca, y digo nunca, se le da suficiente importancia a los detalles, a las pequeñas cosas que nos hacen felices. Y casi siempre, y digo casi siempre, apuntamos demasiado alto, y confundimos metas con ambición, sueños con inadaptación. Nunca hay que olvidar eso de que si quieres lo que tienes, tienes todo lo que quieres. 

Porque hay cosas tan sencillas como un puñado de gominolas en un tarro de pastillas. Cosas mundanas revestidas de originalidad, diversión y magia. 






Porque hoy de los tirabuzones me encargo yo. Y si no quieren salir, no importa. Tenacillas en mano, haré temblar mi lacia melena. Este último párrafo, por cierto, se lo dedico a mi rubia favorita (ella ya sabe quién es, y esas cosas...).


viernes, 9 de noviembre de 2012

Tirabuzones

Sucede que a veces, una intenta peinarse lo mejor que puede. Trata de domar con esmero su indefinida melena, ni lisa, ni rizada. La mima con todo tipo de productos. La estruja y modela buscando una forma. La forma. Y nada. Acaba saliendo a la calle con unos pelos que, como diría la gran Mafalda, presumen de su libertad de expresión.

Sucede que a veces, un día te cansas de poner tanto esmero con el secador y el peine de púas anchas. Y, sin hacer nada especial, surge el milagro. Te miras al espejo, resignada, y lo ves. Un tirabuzón. Precioso. Perfectamente enroscado. Brillante y sofisticadamente desenfadado. ¿Y qué narices he hecho yo hoy, que no hice otros días, para lucir así? Ni idea.





Sucede que a veces, nos empeñamos en buscar la perfección detrás de cada esquina. En esforzarnos para que todo esté bien. En pedirle peras al olmo. Nos dejamos la energía en convertir las cosas en lo que queremos que sean, en lugar de dejarlas ser. En lugar de practicar algo mucho más sencillo. Tan sencillo que nos suena a locura: aceptar y elegir. "Esto es blanco, me gusta, lo compro". "Esto es negro, no me gusta, no lo compro". O viceversa.

Sucede que a veces, un día "tiramos la toalla". Y lo que a veces puede parecer una bajada de brazos, una rendición, puede convertirse en bendición. La apatía puntual es un revulsivo. Mirar las cosas con distancia y serenidad ayuda a tomar decisiones inteligentes. Y de repente, cuando menos esperamos que las cosas pasen, cuando menos forzamos que A sea B. Cuando decimos para nuestros adentros: "vale, bueno, pues así están las cosas", podemos estar abriendo puertas con la llave de las soluciones. Soluciones sencillas a problemas que creíamos gigantes, y hoy, sólo son molinos. 

Y es que todos deberíamos entender la vida como un tirabuzón. Las cosas buenas hay que buscarlas, potenciarlas, sí. Pero tampoco es mala idea aprender a relajarse, a esperar, a cambiar "resignación" por "aceptación", y pensar que en toda vulgar melena nace, alguna vez, un tirabuzón.



P.D. La inspiración surge de cosas sencillas. ;)

martes, 23 de octubre de 2012

Días pico / días valle

Hay días y días. Días negros y días blancos. Días de apatía, lucha interna y resignación externa. O días buenos, absurdamente felices, en los que casi parece que la fuente de nuestra dicha es algún tipo de droga inoculada directamente en la sangre. Porque llega así, de repente, como una sensación de paz y perfección que flotan atrevidas en el ambiente, totalmente ajenas al desastre de ahí fuera. 

Hay días pico, y días valle. Incluso días túnel. Y todos tienen su aquel... Lo bueno de los días túnel es que, a medida que van avanzando, la luz se acerca más y más. Lo malo de los días pico es el vértigo al pensar que un paso mal dado nos puede precipitar al vacío.

Hay días pico y valle a la vez. Prometido. Existen. Al menos si eres un pelín bipolar... ¿y quién no lo es? ¿Quién en su sano juicio, y en los tiempos que corren, no dice, desdice, hace, deshace, piensa y contrapiensa, para no alejarse demasiado de lo que uno tiene que hacer, pero acercarse lo suficiente a lo que uno quiere ser?

Yo, al menos, intento hacerlo. Cada día escucho mis dos partes. Acepto mis picos y mis valles y extraigo lo mejor de cada uno. De lo peor... también aprendo. De las bajadas de brazos tras miles de intentonas sin respuesta. De las ganas de rendirse al miedo y gritarle: ¡tú ganas, olvídame! Pero, que nadie se confunda. No sólo del dolor se aprende. Que de lo bueno, también. De las ganas de pintarse las uñas de rojo, y escuchar tu música favorita, y mirar por la ventana, y reirte por nada, y saber que lo mejor está por llegar. Y mientras llega, hacerlo lo mejor que uno pueda. 

Hoy mis picos los ha patrocinado esta canción y alguna otra droga sin comerciar.




Y aunque todo esto suene bastante a libro de autoayuda, y esté más pensado para mí que para los demás... Lo que va fuera, va fuera. Hay ideas que hay que soltar como bombas. Dejarlas caer a una distancia prudencial de uno mismo para que no se enquisten dentro. Para que vuelen a otro lugar y echen raíces si quieren. Aunque una sepa que no es lo mejor que ha escrito últimamente. Aunque sea consciente de que es pueril y cursi. De que los problemas seguirán estando ahí. A pesar de todo eso, ahí va. 

jueves, 11 de octubre de 2012

Reincidente

Reincidente en probar.
Reincidente en apostar.
Reincidente en temer.
Reincidente en querer.
Reincidente en complicar.
Reincidente en fallar, y en volver a intentar.
Reincidencias pasadas, presentes, y ojalá futuras.

Porque ojalá nunca me case de perder, reapostar y volver a jugar.
Y esta vez ir a ganar. A por todas.

Que mi ya maltrecho escudo muera cada día un poco más.
Que no me dé miedo salir herida de las mil batallas que a mi corazón se le encapriche librar.

Porque, ¿qué narices importa perderlo todo si durante un segundo creíste ganarlo y valió la pena?





Ojalá que la fe ciega sea siempre mi mejor compañera, hasta que la evidencia la quiera asesinar.
Ojalá nunca eche de menos el orgullo, el recelo, la sospecha, la inseguridad, incluso cuando sean fundados. 
O a esa voz que te dice que te la vas a pegar y lo sabes. 
Ojalá ya no la escuche nunca más, y ojalá no tenga razón



Remember how you saved me now
From all my wrongs...

jueves, 4 de octubre de 2012

Tres cosas

"Que la inspiración te pille trabajando", dicen. Nada más lejos a la realidad en mi caso. Apurando los últimos días de camisón, con la tele puesta y con el móvil recalentado, notificando sin parar, entre las manos. Así me hallo, y así me han abordado hoy las musas. Me han cogido de los pelos y me han obligado a levantarme de la cama y vomitar en este lienzo en blanco/pantalla de ordenador, tres cosillas que me rondan hoy la cabeza. ¡Cómo si a alguien le interesaran...!

1. Entre la complejidad y el caos, está lo simple. Sólo hay que querer verlo. De eso me he dado cuenta mientras paseaba, ya de noche, escuchando la inmensurable voz de Sara Bareilles en mi móvil, y he sentido el aroma de los cipreses. Y he pensado en Turís, y en un día de verano en la piscina. Porque allí siempre huele a cipreses y a hierba fresca. Y me he sentido bien y he pensado: "qué fácil".




2. He cambiado. Me he convertido, y sigo haciéndolo, me temo, en una persona que hace unos pocos años ni hubiera imaginado. En tantos sentidos... He convertido dudas, en certezas. Sueños, en realidades. Maneras de pensar, en maneras de sentir. Me he reconciliado con el cambio, y me siento bien. (Qué curioso, porque este segundo punto también es simple, fácil, sencillo, aunque no siempre lo fue).

3. En esta sociedad enferma en la que vivimos, en la que la negatividad, la violencia y el egoísmo se ciernen sobre nosotros tomando la forma de gobiernos injustos, personas envidiosas, etcétera, etcétera, etcétera... Sí, aún queda gente buena. Y mucha. Gente con buenos sentimientos, buenas intenciones, y buenas ideas. Gente que toma el optimismo por bandera, y pelea cada día por hacer de su mundo, un mundo mejor. 

Y nada más. Las musas se me van, y yo me vuelvo a la cama. Sara Bareilles, se queda por aquí.

:)

viernes, 28 de septiembre de 2012

¿A quién no le gusta la lluvia?

Pues a mucha gente. Se asocia con lo gris, con la adversidad, con la melancolía y la nostalgia. La lluvia, eterna antagonista. Enemiga a muerte del sol. El sol es el amor, la lluvia el desamor. El sol es la salud, la lluvia la enfermedad. El sol es la alegría, y la lluvia la tristeza.

A mí me gusta que llueva. Me siento inspirada, especial. Ando por la calle con mi paraguas rosa y mi chaqueta recién rescatada del armario y me siento protagonista de algo. Como si el mero hecho de que caiga agua del cielo, dotara a todos los objetos, personas y escenas callejeras, de un halo especial, mágico, como de película. Cualquier calle parece de lo más vulgar cuando brilla el sol, pero cuando llueve... qué se yo. Podría ser el escenario de una preciosa historia de amor. Podría acabar de cometerse un horrible crimen. Es como si pudieras ver cualquier cosa bajo el fantasmagórico cielo gris. 

Para los que vivimos en latitudes en las que llueve poco, los días como hoy son especiales, están cargados de un "algo" que enamora, que seduce, que motiva o entristece (la lluvia para muchos es melancolía, nostalgia). Pero nunca pasa desapercibida. Se comenta y se habla de ella. "¡Vaya día más feo!" es la frase más oída en ascensores, panaderías, bares y esquinas varias. La gente luce, con la ilusión de lo recién estrenado, o con resignación a veces, botas, paraguas y chaquetas, que en el caso de los más despistados, se traducen en bolsas de supermercado en la cabeza, improvisados chubasqueros y bajos de pantalones chorreosos. 



A quién no le relaja escuchar el hipnótico ritmo de las gotas cayendo sobre la tela del paraguas. O sobre la repisa de la ventana mientras te das media vuelta en la cama, y alcanzas medio dormida la colcha arrugada abandonada a los pies del colchón. O verla desde la ventana, con una taza de algo templadito en la mano. Y fingir compasión cuando en realidad es cruel satisfacción lo que sentimos cuando vemos a los viandantes correr con carpetas y maletines sobre las cabezas. Y sentirse a salvo de la tempestad, mientras los demás andan a remojo, eso... eso sí que es inspirador en este país. Pienso en los poderosos, claro está. Que nos miran desde su atril de excepción y salvedad mientras los de siempre pagamos el pato. Pero, en fin, no divagaré más, que este post iba de lluvia, y con lluvia va a terminar. Que buena falta hace...



martes, 11 de septiembre de 2012

Diques y palos

Nunca creyó que se pudiera sentir tanto dolor. En el pecho, en los ojos hinchados, en las manos vacías, en el alma maltrecha. Con su adolescencia a cuestas, tenía mil preguntas y una certeza. Eso era lo que la gente llamaba amor. "Pues menuda mierda", resonaba en su cabeza, que no podía aún entender cómo un mismo sentimiento podía hacerte tan tan feliz un día, y tan a dos mil metros bajo tierra, al siguiente.

Pero siguió andando. Porque le habían enseñado, o así había nacido, que rendirse no era una opción. Y que la sonrisa nunca, por nada del mundo, podía borrarse del rostro de una persona valiente. Y ella era valiente. Y lo hizo. Camino y reculó mil veces. Y volvió a creer y a descreer. Y murió y renació. Y así hasta que ya no quedó cuerda de la que tirar, o al menos eso creía ella entonces. Y un mundo nuevo se abrió ante tus ojos. Un bendito anonimato de aularios de sillas de colores, clases enormes con gradas de madera, colas eternas ante la fotocopiadora. El olvido llegó por fin y barrió recuerdos debajo de una alfombra vieja. 

Quién le iba a decir (mentira... un susurro puñetero se lo repetía de vez en cuando como un delirio transitorio que siempre terminaba por esfumarse), que algún día levantaría aquella alfombra con curiosidad y terror a partes iguales. Cómo iba a saber ella (y sin embargo, de alguna forma lo sabía), que la historia interminable que terminó, no había terminado del todo. En realidad, no había terminado en nada. Aquello sólo había sido un necesario punto y aparte para coger aire. Muchos años y meses de tregua para, después, volver a perderse en la misma mirada y sentir exactamente lo mismo. Que no había nada que pudiera hacer para zafarse de un amor tan tan tan grande que ni ella misma entendía. Y que ahora ya no era traumático, ya no le hacía daño (la mayoría del tiempo), y que, sin embargo, el cruel destino se empeñaba en ralentizar de nuevo. Como un dique en el mar o un palo en la rueda.

miércoles, 22 de agosto de 2012

Cuchillazos hipotéticos

Hoy me atrevo a decir que el miedo es el peor sentimiento del mundo. Lo más desagradable, paralizante, desmotivador y poderosamente irracional que uno puede sentir es miedo.

Y no me refiero al miedo de los animales, el instinto de supervivencia, el del ciervo instantes antes de ser devorado por el león. El de la integridad física amenazada. 

Hablo de otro miedo más absurdo. El que azota al alma, a los sentimientos. El miedo a la pérdida, al dolor, al sufrimiento. Siempre he imaginado al miedo como algo líquido, o incluso gaseoso, que aunque proviene de algo muy concreto, es capaz de derramarse y fluir rápidamente por nuestros pensamientos a una velocidad pasmosa. 

Me atrevo también a decir que todos hemos sentido alguna vez ese tipo de miedo. A la soledad, en abstracto, pero también a la pérdida de personas concretas. Personas que llegaron un día a nuestra vida, que antes no estaban y a las que no echábamos de menos. Gente que no nos hacía falta porque no la conocíamos. No eran. Al menos, no en nuestra vida. 

Y de repente un día están ahí, y son el eje de tu vida, una o varias patas de tu mesa. Ni siquiera te das cuenta de cómo sucede, pero cuando quieres buscar una explicación, ya es tarde. Porque el miedo a perderle/la te paraliza, te aterra. Y al mismo tiempo, esa idea que ni siquiera te atreves a pensar, marea en tu cabeza. Y cuanto más lo piensas, más lo piensas, y lo piensas más aún. Es como una especie de masoquismo, un salmo que invocas para tus adentros y que viene a decir algo así como "no te confíes tanto, te puede abandonar, te puede hacer daño, y dolerá, dolerá mucho". Y crees, ingenua de ti, que el simple hecho de pensarlo, te prevendrá para el hipotético cuchillazo. Pero en el fondo, sabes que no es así.

Y es que el miedo es mucho peor que el egoísmo, los celos, la inseguridad, la cobardía... O mejor dicho, el miedo es el origen de todos estos. Es el principio activo de toda disfunción emocional. Y qué absurdo es, sin embargo, que ese mismo sentimiento nos prive muchas veces de alcanzar la verdadera felicidad. 

Nos queda pues, hacerle el vacío a la voz del miedo. No escucharla, siempre que creamos que el "hipotético cuchillazo" valdría la pena. Siempre que el potencial "perdido" o "perdida", valga la pena, si es que alguien merece ser el causante del sufrimiento ajeno. ¿Qué nos queda si no? Confiar, relegar los temores hasta el momento en que se tornen en reales. Será entonces cuando la voz del miedo vuelva, más fuerte que nunca, para decir esa frase de tan mal gusto: te lo dije. Y a pesar de su victoria, todo volverá a empezar e, irremediablemente, el miedo volverá a ceder ante la ilusión, la esperanza y el amor. Porque el tiempo todo lo cura y no hay mal que cien años dure.


sábado, 21 de julio de 2012

Corto y cie... abro

Y un día de esos en que sueles pensar "hoy va ser el día menos pensado", llama a tu puerta la puerta del pasado. Y te aterras. Y la abres. Y te vuelves a aterrar. Y puedes cerrarla, aún estás a tiempo. Y tú, sabiéndote idiota, cada vez la abres más. 

Ya han pasado muchos días, y la puerta sigue igual. Ahora no solo no quieres cerrarla, tampoco puedes. Esta falcada, inmóvil en su lugar. Para que entre el viento, la nieve, la lluvia, pero también el sol, la brisa, la vida. 

Ciérrala. Ya te has arriesgado bastante. Te lo dicen, te lo dices, y de nada sirve. Ahí está, abierta de par en par, esa puerta que ya cerraste entonces a trompicones. No era verano, ni invierno. Ni primavera ni otoño. Apenas un milímetro más cerrada cada día. Sostenido en el tiempo, ese fue el imperceptible y agotador esfuerzo que cerró la puerta de aquel presente que se convirtió en pasado y, ahora, lo sé, es mi futuro. Esa puerta que solo podría cerrar una vez más. De un empujón muy muy fuerte, que la sellara para siempre. Esa puerta que, lo sé, jamás volveré a cerrar.



viernes, 15 de junio de 2012

Así

Me confieso culpable de analizar el comportamiento del prójimo en base a "lo que yo haría". Pero, ¿y quién no lo hace? Reconozcámoslo. A todos nos parece que lo nuestro es lo mejor. Nuestra manera de obrar, nuestra manera de pensar, incluso nuestra manera de analizar el comportamiento del prójimo. 

Me confieso culpable de no entender nada de lo que está pasando a mi alrededor (y nada, es nada, desde la esfera más íntima de mí, hasta la complejidad de un sistema que agoniza). Me confieso culpable de no hacer nada por entenderlo, o, como mucho, hacerlo desde un único prisma: el mío. Es tan difícil ponerse en el lugar del otro...

Y sin embargo hay hechos, comportamientos y acciones que nuestra mente no alcanza a comprender, porque nosotros "no lo haríamos así.". Y asi es como nos desesperamos cuando alguien actúa de manera opuesta a "lo que cabría esperar" (que en este caso, es lo mismo que decir "lo que yo espero"). Así es como no entiendo al gobernante corrupto que bajo el yugo de la desinformación y la desfachatez ahoga a millones de ciudadanos que confiaron en sus promesas. No entiendo que hayamos desarrollado un mundo tan al margen de cualquier tipo de lógica, al que, si llegara ahora mismo un extraterrestre, exclamaría: `"pero, ¿por qué hacéis esto así? ¡Si sería más fácil y justo de esta otra manera...! Un mundo donde el éxito de unos depende de la cruel y forzada agonía de otros. Un mundo en el que las palabras se quedan cortas para describir cuan injusto y absurdo es anteponer la pompa de "poner bonita una ciudad" a la calidad de vida de la población, por mentar un ejemplo.

Me confieso culpable de no entender a veces a mis amigos, a mi familia, a ti. De pensar con quizá más soberbia que razón, que yo lo haría mejor. Y probablemente lo haría. Pero si todos fueran como yo, el mundo sería un tedioso lugar lleno de "nurias". O lo que es lo mismo: un lugar alegre pero donde abundarían las preocupaciones, las mil vueltas a todo. Un lugar donde el más férreo orgullo lo seguirías desvaneciendo tú. Un lugar bullicioso, dinámico y estático al mismo tiempo, donde nada estaría demasiado claro excepto una cosa: la buena voluntad. Una paradoja constante. 

Pero como en la variedad está el gusto, me alegro de vivir rodeada de gente que no entiendo, que me desespera, que me hace pensar y conjeturar acerca del bien y el mal. Aun a riesgo de volverme loca.

martes, 12 de junio de 2012

Mesita de noche

Siempre he querido tener una mesita de noche. A poder ser cuadrada y de madera. Una cosita rústica y mona. Un mueble donde mis cosas me esperen hasta que llegue el nuevo día. El reloj, los pendientes, alguna horquilla que pronto desaparecerá sin dejar rastro, porque ése es su destino. Objetos efímeros, cambiantes, diferentes a otros más perpetuos y, por tanto, más objetos. Un reloj despertador de esos de numeros rojos que cortan la oscuridad de la noche como un cuchillo. Una lamparita de luz amarillenta que en invierno abriga y en verano achicharra. 

Nunca he tenido, sin embargo, una mesita de noche. Ni de pequeña, ni de mayor. En ninguna de las dos habitaciones en las que he dormido de forma permanente. En la habitación de mi infancia no tenia mesita, porque apenas tenía cosas. O mejor dicho, tenía cosas que otras personas -mis padres- gestionaban (movían, cambiaban, tiraban, guardaban) por mi. 

Ahora, en la segunda cama de mi vida, lo que tengo son estanterías. De madera clara. A la altura justa para alcanzar con manotazos dormidos mis objetos sin tener que incorporarme a un ángulo mayor de 45º. Y en mis estanterías hay objetos inservibles (yo los llamo no-objetos), también conocidos como figuritas, souvenirs, marcos de fotos...) y otros como un móvil apagado o un vaso de agua (siempre medio lleno).

En estos días raros y lentos, cosas de la vida, me ha tocado tener cerca una mesita de noche. De madera y super rústica. Y me encanta, pero no es mía. Nunca lo ha sido y nunca lo será. Tan solo me acompaña "de prestado" durante una época de mi vida. Protege gustosamente mis cosas cada noche, que la abarrotan sin piedad. Lamparita, yogur vacío, pendientes, neceser, y un par de cosas ajenas. Porque la mesita no es mía, y eso no lo puedo olvidar.

No está mal lo de las estanterías, digo. Pero no son una mesita. Y yo quiero una mesita.


lunes, 4 de junio de 2012

De luchas y revisiones internas

Tengo 23 años, 9 meses y 8 días. Y hasta hace poco, las ideas claras, incluso rígidas, mucho más de lo que cabría esperar en una veinteañera enamorada de la vida, optimista por naturaleza, y que ha visto a su adolescencia transmutarse en juventud entre canciones de amor, novelas rosas, comedias sensiblonas y escenas románticas en bucle de series que sin duda, marcaron una época para mí .

Y sin embargo, nunca ha sido lo mío lo de lanzarme a los brazos del amor así, a lo loco, solo porque el corazón lo manda. Nunca ha sido lo mío acatar sin rechistar las órdenes de ese órgano al que atribuimos los sentimientos, y que es sólo una víscera más (bueno, una bastante importante) de nuestro perfectamente imperfecto cuerpo. Yo siempre le he pedido explicaciones: ¿por qué esto?, ¿por qué lo otro?, ¿y esto a qué viene?, ¿pero qué me estás diciendo a estas alturas?...

Otras veces he sido menos incisiva con él, y me he limitado a consolarle cuando lo ha necesitado. "No sufras, que todo pasa", "ya queda menos", "no te preocupes, ya nadie volverá a hacernos daño". 

El caso es que, para bien o para mal, esa voz (la voz, mi voz) que atribuimos a nuestra cabeza, nuestro cerebro, que no es sino otro mero órgano más (bueno, uno bastante importante...), siempre ha estado ahí. A veces más alta. Otras, apenas un susurro quebrado por la angustia. Pero nunca, hasta hoy, me había abandonado.

Hoy la busco y no la encuentro. La llamo y no aparece. Y mientras, mi corazón (o cómo diría Joey Tribbiani utilizando los sinónimos de un procesador de textos, "mi gran músculo aórtico"), grita más que nunca. No se calla, berrea sin cesar cosas que no quiero escuchar, porque son mentiras, mentiras, mentiras que no he de creer. Mentiras que espero, sin éxito, a que mi cabeza acalle con un "pero cómo puedes ser tan ingenua...". Y nada, que mi cabeza ya no dice nada. ¿Estará de huelga por la crisis? ¿Se habrá cansado de asistirme después de tantos años de sobreesfuerzo, de consultarle a cada paso, a cada decisión? ¿Se habrá conchabado con mi corazón, contra mi?

Y así es como con mis 23 años, 9 meses y 8 días, las circunstancias me obligan a reformular todo lo que he construido desde que conocí la complejidad. Desde que 1+1 dejaron de ser 2, y la realidad empezó a enrevesarse mucho más allá de la idílica ficción de los libros, canciones y películas. La experiencia me obliga a girar la vista atrás y entender que, quizá ser así estuvo bien para entonces, para un momento en qué necesitaba encontrarme a mi misma desde la paz del pensamiento, no desde las emociones de los sentimientos. Pero hoy, hoy puede que todo haya cambiado, y estos días de lucha interna e incertidumbre, sean solo el principio de una nueva moraleja, una nueva manera de entender las cosas, que puede cambiarlo todo para siempre. 

Mientras tanto, la lucha interna sigue, agotando mis fuerzas por momentos... 

¿Quién ganará? 




domingo, 20 de mayo de 2012

Silver lining the cloud

"No hay mal que por bien no venga". ¿Quién no ha tenido que soportar el latigazo de esta estúpida frase alguna vez en su vida? De labios de familiares, amigos y demás seres queridos que recurren a ella en un vano intento de levantarnos el ánimo. Otras veces, incluso nos hemos sorprendido a nosotros mismos conjurando la famosa frasecita. Siempre, siempre, desde la otredad del dolor ajeno. 

"No hay mal que por bien no venga", nos dicen. ¿Pero qué tiene que ver lo bueno que me pueda ocurrir mañana, con lo malo que me pasa hoy? ¿Acaso no me merezco la felicidad, si antes no me he llevado cien palos? ¿No sería mejor sólo el premio, sin desgracia previa? "Pues no, porque sin el sufrimiento, no apreciaríamos las cosas buenas a nuestro alrededor". Y por eso, "no hay mal que por bien no venga".

Una filosofía esta, con bastante sentido, circular, en la que todo encajaría y en la que el estadio final al que todos caminamos, a pesar de las eventuales adversidades, es la dicha. ¿Por qué entonces sentimos a veces que todo nos sale mal? Una vez, y otra, y otra, y otra, y otra. Y el ansiado premio no llega. Y el pesimismo nos atrapa como un gran nubarrón atrapa el sol. Pero siempre hay alguien ahí para poner a prueba nuestra paciente fe con un "no hay mal que por bien no venga" (que puede acabar con un "¿y por qué no me llega ya el maldito bien?" como respuesta).




A otros, la manida frase les proporciona esperanza. Porque el dolor no disminuye, pero adquiere cierto sentido si sabemos que era necesario para que nos pasara aquello otro bueno. Nos sentimos entonces como una especie de auto-mártires que se sacrifican por su propia felicidad futura.

Pros y contras aparte de esta recurrente expresión, yo me quedo con su versión anglosajona ("because there's always silver lining in every cloud"), y más concretamente, con su reflejo en este maravilloso himno, uno de tantos, de Coldplay. 





martes, 24 de abril de 2012

Negro y blanco

No hay estrellas en el cielo. No hay flores en mi pelo. No hay piedra en mi honda. No hay suerte en mi juego.

No hay vino en mi copa. No hay alma en las gentes. No hay mantas que abriguen, ni luces que guíen. No hay gritos que alivien. No hay ganas de verte.

Hay fuerza en mi cuerpo. Hay brillo en mis ojos. Hay paz en mis dudas. Hay sitio en mi corazón. 

Hay días con ganas. Hay chispa en la vida. Hay sabor en los alimentos. Hay compás en la música. Hay luna y muy llena. Hay dudas que mueren. Hay puertas que ceden.






sábado, 21 de abril de 2012

...Que todo vendrá

No hay nada peor en el mundo de los sentimientos, sensaciones, ideas y sinsabores que la preocupación por cosas que aún no han sucedido y, quien sabe, quizá nunca sucederán. Dicho así, parece absurdo. Nadie, ni siquiera el periodista más ávido, se pregunta qué noticia abrirá el telediario dentro de cinco años. Ni qué canciones nuevas sonarán, y cuáles de las viejas seguirán sonando. Nadie puede vaticinar la moda que copará las pasarelas dentro de varios años, ni que nuevas fincas construirán en nuestro barrio.

Sin embargo, nuestro futuro nos atormenta. ¿Dónde estaré dentro de cinco años? Y suele ser el lustro la unidad de medida más empleada, porque mirar más allá nos da auténtico pavor. Nos preocupa el futuro, el cercano, porque el lejano es demasiado incognoscible, y Dios sabe que tragedias y vejeces aguardará. Pero claro, lo que pasará el mes que viene, al otro, y al otro, y al año siguiente... nos quita el sueño. Familia, trabajo, amor... Y es que cuando la soga de la incertidumbre aprieta, es inevitable viajar a otros tiempos.

A veces, al tiempo pasado. Error. Porque el pasado, pasado está. Y su estela solo debe servirnos para coger impulso tras una breve ojeada, nunca, nunca, permanente. 

A veces, al tiempo futuro. Error. Porque el futuro es impredecible, inexcrutable y depara tantas sorpresas que conocerlas hoy, incluso si eso fuera posible, nos causaría un daño irreparable. E intentar inútilmente descifrar lo que nos depara la vida, es una perdida de tiempo... y de energía.

¿Qué nos queda pues? Esa vieja y manida filosofía del "carpe diem" que es, a mi juicio, la manera más inteligente, valiente, aunque nada fácil, de afrontar la vida. Porque no hay nada más importante que sentirse feliz hoy. Que quién somos hoy. Que tener claro a donde queremos ir y no obsesionarse con llegar. Porque al final, sea lo que sea, todo llega. Y la ausencia de resolución, también es un final.




Lo que hoy se te escapa, no vuelve jamás.
No busques más, que todo vendrá.

jueves, 1 de marzo de 2012

Muse

Y de repente, vuelve. Igual que se fue, regresa a tu vida y lo llena todo de colores. De emociones, de sensaciones vagas no siempre identificadas, que te hacen sentir viva.

Inspiración, musas... llámese como se prefiera. En realidad, casi es una ofensa intentar acotar con el lenguaje algo tan inmenso como la inspiración. Esa sensación embriagadora, mágica, chispeante, que enciende los sentidos. Una flor en la ventana, un antiguo espejo desvencijado, una escena costumbrista dibujada en un lienzo, una historia que te contaron ayer, la semana pasada, o hace mucho mucho tiempo que, de pronto, las musas devuelven a tu memoria. Una flor pisada en el suelo. Una vela recién apagada, aún humeante. Una voz amiga. Una historia con la que te topas entre las páginas de un libro. Un paseo nocturno por la ciudad iluminada. Un viaje onírico a aquel lugar, gracias al poder de la imaginación. Todo eso y mucho más es la inspiración. Una intensidad, una fuerza invisible que prende tus ideas. Y de repente todo es interesante a tu alrededor. Una silla, un zapato, unas uñas esmaltadas, la taza del váter, el rabo de tu gato moviéndose a un lado, y a otro. A un lado, y a otro. 

Y quieres darle rienda suelta. Darle forma a tanto con lo poco que son unas líneas escritas a contrapie, de cualquier manera. Nada de rituales bohemios. Y al final, ante el lienzo en blanco del papel, encuentras tanto que decir y no sabes por donde empezar, que terminas hablando de ella: la inspiración. Porque bastante ha hecho en volver a ti. Y eso, solo eso, ya merece estas líneas.




Que dure.

jueves, 2 de febrero de 2012

Run, run, run

Ayer, asomada a mi balcón buscando un poco de sol, fui testigo de una entrañable escena. Un hombre, un padre. Ataviado con su mono de trabajo. Con ademán cansado, avanzaba alicaído por la acera. De repente, su mirada se iluminó. A tan solo unos metros, un grupo de personas se acercaba. De entre ellos salió una niña pequeña con un torpe y recién estrenado caminar. Su expresión también cambio al reconocer en las facciones lejanas de aquel señor a su padre. Los pasos de ella, primero lentos y dubitativos, se aceleraron alentados por los brazos abiertos de él. Pronto empezó a correr, de esa manera tan curiosa en que se aprende a correr. Simplemente te dejas llevar. Primero un paso, luego otro, poco a poco aumenta la velocidad y de repente ya no puedes parar. Y lo peor: no sabes si acabarás en los brazos de tu padre o en el suelo. Es un correr intuitivo, arriesgado, a ciegas, valiente. El miedo no existe porque apenas si te has caído un par de veces. Lo único que de verdad importa es llegar a tu objetivo. A tu destino. 

Mi mente pronto encontró en esta tierna estampa, una analogia con mi vida, con nuestras vidas. Y es que cuántas veces nos olvidamos de hacia dónde vamos, de hacia dónde queremos ir, por el temor a la caída. Cuantas veces creemos que andar es mejor que correr, y hacemos de la duda nuestra mejor aliada. Confundimos precaución con indecisión. Prudencia con cobardía. Y nos olvidamos de que no recordamos ni una de esas miles de caídas en las que terminaban nuestros primeros arranques andadores cuando éramos apenas bebés. Olvidamos que, lo único que importó de aquello, es que desde entonces no hemos parado de andar.

No olvidemos, de vez en cuando, sólo de vez en cuando, correr libres, como hacíamos de niños, hasta quedarnos sin aire, sin importarnos la caída, solo el punto de llegada.


Y correré aunque me siga la muerte
llevo en la bolsa escondido un cuchillo,
para cortar de mis alas sus redes,
volar donde estés y quedarme contigo.
Y quedarme contigo!


lunes, 2 de enero de 2012

Cumpleaños feliz :)

Tal día como hoy, hace 24 años, venían al mundo dos preciosas mellizas tan distintas como el día y la noche. Aún recuerdo la primera vez que las vi. El temido primer día de colegio que, sin embargo, yo afrontaba con resignación y sin llanto. Sonia y Cristina estaban apoyadas en la fachada del que sería nuestro primer pabellón. El pabellón de preescolar.

Lo siguiente que recuerdo es jugar con ellas. Todo el tiempo. Nuestra especialidad era moldear curiosas figuras con arena mojada del foso (nosotras sabemos de qué va la cosa). Nos incluíamos (ellas a mí y yo a ella) en nuestros primeros dibujos. Apenas unos garabatos de colores que, poco a poco, fueron perfeccionándose hasta convertirse en escenas costumbristas a lápiz en las que retratábamos nuestro día a día viviendo juntas en una casa con terraza incluida.

Nos regalábamos dibujos y recortes que encontrábamos por cualquier parte, sobre los que escribíamos mensajes secretos y tiernas dedicatorias con la primera versión de nuestra recién estrenada caligrafía. En lo de dibujar, Sonia era la mejor. Ya podría, porque aunque por aquel entonces decía que de mayor quería ser monja (no, no es broma), hoy es un gran artista aunque le cueste creérselo. 

Lo compartíamos todo, incluso el almuerzo, especialmente los copos de cereales (sin chocolate, por favor) que Sonia y Cristina me ofrecían cada recreo. 

Esas son las primeras imágenes que guardo de mis dos primeras mejores amigas. Entonces aún no sabía que también serían las últimas. Han pasado dos décadas y en todos estos años hemos crecido juntas, hemos visto cambiar nuestro mundo, hemos planificado cumpleaños, hemos compartido música y revistas adolescentes, hemos hablado de tantas cosas que es imposible cuantificarlas... Sexo, religión, chicos, música, televisión, más chicos, política, cine, y de nuevo los chicos. Porque los corazones rotos dolían menos cuando estábamos juntas.

Es imposible, casi insultante, intentar resumir en cuatro parrafadas toda una vida juntas. Una vida en la que hemos sido niñas, y luego adolescentes, y luego adultas, sin apenas darnos cuenta. En ese camino, mi camino, me han pasado muchas cosas, pero al girarme, en cada curva estaban ellas. 

Cristina, suave y enérgica al mismo tiempo. Como un gran sol enorme. Capaz de estallar en un grito y darte un consejo al instante siguiente. Prudente, sensata, pensativa y comprensiva. Porque incluso cuando su mirada perdida se clava en el infinito y parece que está a mil millones de años luz de la conversación, siempre vuelve a aterrizar para arroparte con su "hagas lo que hagas, te apoyaremos".

Sonia, un torbellino de alegria, felicidad y risa chillona que resucitarían a un muerto. Imposible aburrirse con ella. Incluso en los peores momentos, Sonia te arranca una carcajada y sabes que es su manera de decir "me importas". Valiente, risueña, locuaz, sincera. Siempre te dirá lo que piensa, incluso si no te gusta. 

Sonia y Cristina. Cristina y Sonia. Gracias a la casualidad (y a las decisiones de nuestros santos padres de procrear en el mismo año, y afincarse en el mismo barrio), tuvimos la oportunidad de conocernos. Supongo que el destino, hizo el resto. Porque cuando echo la vista atrás comprendo que no podía ser de otra manera. Que mi vida sin vosotras hubiera sido otra vida, otra cosa, otra historia. Gracias por ser y estar. 

Ah! Y feliz cumpleaños :)