lunes, 3 de octubre de 2011

Nos

La gente dice que echa de menos a alguien cuando deja de verlo a menudo, cuando éste sale de sus vidas inesperadamente, o cuando cambia radicalmente de actitud. Echar de menos implica, siempre, una pérdida.

Decimos que echamos de menos a alguien. Pero echamos de menos algo. Extrañamos las rutinas que un día llevamos a cabo junto a esa persona. El día a día, el ir y venir, el girarse, y que él o ella, amigo, familia, amante, compañero de trabajo, estuviera siempre allí. 

Echamos en falta los días, los momentos, las situaciones compartidas, hasta el punto en que nos encontramos muchas más veces evocando esos ratos compartidos, que visualizando la cara o la figura entera de nuestro ser añorado. 

Compartir los días con una persona, acaba contagiándonos de ella. No es que nos volvamos parecidos, que a veces también, sino que se produce una compenetración casi sobrenatural. Se comparten alegrías, penas, amigos menos importantes, salidas, fiestas, meriendas, tardes de estudio, broncas del jefe, comidas familiares, besos, abrazos. Se comparte la música, el cine, los libros. Se comparten miradas que hablan, que gritan, que susurran. Y no hace falta más. Esa simbiosis casi sobrenatural, a veces acojona un poco. Sobretodo cuando piensas en el día en que se pierda. A veces ese día no llega nunca, y entonces lo de echar de menos se reduce a algunas temporadas en las que la distancia es física, y ya está. 

Lo que duele, lo que de verdad duele, es la ausencia permanente. Cuando esa persona con la que compartíamos espacio y tiempo durante mucho tiempo, se va, de repente (esto es duro) o poco a poco (esto es más duro aún). Y sabemos que está allí (a veces, trágicamente, no estará más). Que esa persona sigue cerca, sabemos dónde vive, cómo llamarle, cómo encontrarle. Pero hemos perdido lo más importante: el derecho a. El derecho a llamar, a preguntar, a preocuparse, a interesarse, a iniciar una conversación sin que asalten las suspicacias y el "éste/esta qué querrá ahora". 

Y entonces nos conformamos con enunciar eso de "cómo le echo de menos", una frase del todo inexacta. Más preciso sería decir: "yo echo de menos quien era yo cuando estaba contigo, echo de menos cómo eran los ratos que estábamos juntos, cómo eran las palabras que cruzábamos, cómo eran nuestras miradas, nuestras sonrisas, cómo era esa época. Otoño, invierno, primavera, verano. El libro que leí entonces y te conté luego. Las ropas que vestí estando contigo, los autobuses que tomaba, los sitios que nos vieron. Las canciones que habitaban en mi mp4, y que, al oir hoy, me arañan el corazón, me sacuden la conciencia y me hacen, de nuevo, pensar: cómo nos echo de menos".

1 comentario:

  1. Qué bueno. Te superas a ti misma pequeña :) Yo no nos echo de menos porque sé que estamos ahí!

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