lunes, 30 de mayo de 2011

Tres minutos para soñar

Siempre he pensado que hay un rincón del cerebro dedicado única y exclusivamente a recordar canciones. Una porción ínfima pero de capacidad infinita que deja obsoletos los ciento y pico gigas de un ordenador.

Sólo así se explica que una nota, un simple acorde que irrumpe de súbito en la motonía de cualquier día, pueda desatar al instante un torrente de emociones, mucho antes incluso de que uno pueda identificar de qué canción se trata. Sin esa poderosa glándula cerebral, no habría podido dar un brinco de sorpresa aquella mágica noche de celebración para, acto seguido, abandonar mi cuerpo al familiar ritmo de una melodía que creía olvidada. Hubiera sido improbable estremecerme aquella tarde de vacaciones de verano en una buhardilla sofocante, cuando encendí la radio y una canción (la canción), reabrió mis tiernas heridas sin piedad. Sería rematadamente imposible recordar cada palabra de cada frase de cada estrofa de un tema que vivió y echó raíces en mi repertorio musical hace ya más de tres años. 

Para mí, una canción puede ser muchas cosas. Un grito de guerra. Una llamada al amor. Un "ahí te quedas" guitarreado con saña. Una nana susurrada que me trae consuelo en medio de la desolación. Un lugar donde pensarme durante un rato. Unos minutos para recrearme en mi felicidad, para dejar mi corazón hincharse, sin espacio para la cautela y las reservas. Un refugio de la amarga realidad. La banda sonora de mis idas y venidas. Un subidón de adrenalina, alegría pura, vitalidad, ganas de saltar, gritar, reir, besar... como si no hubiera mañana. 

Cada canción evoca un recuerdo. Y así como hay recuerdos felices y otros dolorosos, hay canciones capaces de transportarte a un tiempo tan feliz, que quisieras volver a vivirlo, y otras que te devuelven ese regusto amargo que dejaste atrás no hace tanto. Sea como sea, suena la música y los recuerdos vuelven a ti de forma que casi puedes oler lo que oliste entonces, casi puedes verte a ti mismo haciendo eso que hacías y que ya no haces, porque el tiempo ha pasado, porque es otro momento. Porque ya no trabajas en ese sitio, ya no coges esa línea de metro, porque nunca volviste a repetir ese memorable viaje, porque no has vuelto a pensar en la persona que te descubrió esa canción, porque hacía siglos que no la escuchabas y una conspiración del destino la ha hecho volver a ti de nuevo como un diabólico boomerang. 

Y cuando vuelve a tus oídos esa bendita o maldita melodía, se activa esa parte increíble de nuestra anatomía cerebral. Podemos constatar entonces aquello que ha cambiado y lo que sigue igual. Lo que nuestro corazón había olvidado pero nuestra infalible memoria no. Lo que nuestra falible memoria había olvidado pero nuestro corazón no.



2 comentarios:

  1. Me has emocionado. ¿Por qué no había visto yo esto antes? Vas directa a la lista de blogs imprescindibles de mi blog ;). Sabes qte quiero?

    ResponderEliminar
  2. no le hago mucha propaganda porque ya sabes que soy reservadilla para las cosas que escribo jaja pero tengo que empezar a superarlo. muchas gracias, i love you too!

    ResponderEliminar