viernes, 1 de noviembre de 2013

Ordenando los altillos

Escribir siempre ha sido para mí como ordenar cajones, sólo que en vez de ordenar ropa u otros objetos, lo que pongo en orden son mis pensamientos (o al menos lo intento). Para muchos es un hobby, para otros su obligación. Para mí es una forma de expresión. Más concretamente, aquella en la que me siento más cómoda, más libre, más yo. "No es que sea mi trabajo, es que es mi idioma", que diría el Alejandro Sanz de antes. El ñoño, el que molaba, vamos.

Lo de ordenar tiene su aquel. Pasa como con las compras. La motivación, necesidad real e intención de ir de "shopping" es inversamente proporcional a lo fructífero de dichas compras. Vamos, que cuanto más necesitas esos vaqueros buenos-bonitos-baratos y más ilusión y empeño pones en tu meta, menos vaqueros y más vestidos maluchos-preciosos-caros encuentras a tu paso. 

Con lo de "hacer orden" pasa lo mismo. Te levantas un día poseída por el espíritu de Monica Geller y empiezas a revolver los armarios, los cajones y, sí señor, hasta los altillos. Con un par. Sin apenas darte cuenta y con los 40 Principales de fondo, has sacado todo de su sitio original, y te dispones a ordenar tu ropa por prendas o colores, en plan guay. Pero cuantos más modelitos sacas, arrugados y pidiéndote a gritos que vuelvas a lanzarlos a lo más hondo del cajón "y-aquí-no-ha-pasado-nada", más te arrepientes de no haber preferido ocupar la tarde viendo una película, limpiando los baños (siempre más fácil y práctico) o, qué se yo, trabajando.

Suele pasar. Ordenar significa revolver. Mover cosas de un sitio a otro. Al principio abruma, aturulla y descoloca. De eso se trata, de descolocar para recolocar. Hay que ser valiente para enfrentarse a un armario de invierno por ordenar, con sus abrigos, sus maxi jerseys y sus mega bufandas, pero más valentía aún requiere eso de ordenar pensamientos. Por eso muchas veces ponemos como excusa (barata) el estrés, el día a día o el devenir del tiempo para no enfrentarnos a algo que, a mi juicio, debería ser una tarea diaria. Que sí, que suena muy a libro de autoayuda, como casi todo lo que escribo últimamente, o quizá siempre. Pero, ¿acaso hay algo más genial que autoayudarse? 

Pues eso. Que hoy, limpiando mis cajones internos, me he encontrado agujeros negros, pelusa para aburrir y un sin fin de cosas viejas que, me temo, ya no sirven. Polillas también había. ¿Que cuánto hacía que no ordenaba? Bueno, quizá demasiado. ¿Que cómo ha quedado la cosa? Francamente mal, revuelta, convulsa. De momento, claro. Que mañana me pongo con los altillos y la cosa me queda "niquelá". 



Porque nunca es tarde para mudar de piel.



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