miércoles, 6 de marzo de 2013

De pucheros y puertas cerradas

Eran ya muchos días los que llevaban llamando a la puerta. Quien aguardara detrás era, sin duda, alguien persistente. Pero no le apetecía abrir. Al final siempre había algo que la alejaba del umbral de la puerta, que le impedía levantarse del sofá, o dejar cualquier cosa que estuviera haciendo, para pararse a atender a quien pulsaba insistentemente el timbre, primero, y aporreaba la puerta de madera blindada, después. Intentaba ignorar los ecos de esos golpes y concentrarse en actividades más productivas. Total, seguro que era lo de siempre. Un repartidor de propaganda desganado musitando entre dientes las mismas soflamas de siempre. O un testigo de Jehová convencido que pretendería, sin éxito, hacerla pensar igual que él, llevarla a su terreno, meterla en su mismo saco.

Y sin embargo, una voz en su interior le decía que debía abrir. Nadie llamaba porque sí, y mucho menos con tanta insistencia. Igual era alguien que quería comunicarle algo importante. O podría ser también que se hubiese declarado un incendio y fuera requerida su ayuda para extinguirlo. Sí, sin duda algo estaba pasando. Y no podía ignorarlo por más tiempo. 

Se plantó frente a la puerta resignada aunque expectante. La abrió con delicadeza, preparando ya una dulce sonrisa que ofrecer a quien fuera que estuviese al otro lado. Apareció ante sus ojos una silueta cansada, presumiblemente, de tanto llamar y llamar sin obtener respuesta. Su rostro le era vagamente familiar. ¿Qué podía querer de ella? La duda le corroía, y entonces hizo lo que hay que hacer cuando quieres saber: preguntar.

- Hola, ¿qué querías? Llevas muchos días llamando. Siento haberte hecho esperar, pero por fin hoy estoy aquí para escucharte.

Esperaba que ocurriese cualquier cosa menos lo que ocurrió a continuación. Un largo y denso silencio los envolvió a los dos. Y después, un interminable titubeo de sílabas inconexas y frases sin terminar. 

- ¿Y bien?- quiso insistir.

- Nada, nada... Me acabo de acordar de que tengo el puchero al fuego. Ahora no puedo quedarme. Pero volveré.

Su cara de estupefacción debió de ser épica. ¿Para qué iba alguien a malgastar su tiempo y energías en llamar, llamar y llamar para, cuando al fin obtenía respuesta, desertar por un insignificante y estúpido puchero?

Con la misma dulzura e infinita paciencia, cerró la puerta y le dio un par de vueltas a la llave. A partir de ahora no abriría a nadie que no le explicara qué quería. Sí, eso era. Miraría por la mirilla y desde allí preguntaría. Sólo una respuesta apropiada le haría abrir la puerta.





7 comentarios:

  1. Muda de asombro. Así que diré que yo no hubiera sabido explicarlo mejor. Ni con la más dulce de mis recetas.

    Todas las cosas pasan por algo... Tanto la puerta que vuelve a cerrarse como el puchero a medio hacer. Todas. La foto es preciosa, carinyet. Y me es vagamente familiar ;)

    ResponderEliminar
  2. Me alegro de que te haya gustado. Ya sabes que ningún "insignificante y estúpido puchero" debe robarte la sonrisa :)

    ResponderEliminar
  3. Perfecto de principio a fin.

    "Sólo una respuesta apropiada le haría abrir la puerta"

    Eres grande aunt, muy grande!

    ResponderEliminar