lunes, 1 de agosto de 2011

Agosto

Las noticias de hoy han dicho que trabajar en agosto será un placer para los pocos pringados que nos quedamos vigilando la ciudad en el mes vacacional por excelencia. No habrá casi tráfico: autobuses, coches y taxis andarán a la velocidad de la luz por las avenidas semidesiertas de persianas bajadas e inusual silencio. Nos costará menos ir a trabajar, un lujazo, oiga. Porque todo lo demás son, sin duda, menudencias. 

Soportar un sol de justicia en el trayecto de casa a la parada de autobús no es para tanto. Es el mismo sol que dora las pieles de millones de españoles tumbados inertes a lo largo de miles de kilómetros de playa, tostándose hasta límites cancerígenos y rebozados de arena cuál calamares. 

Tampoco hay que quejarse por aguantar al jefe. Los que se van de vacaciones, a quién tienen que aguantar es a la familia. Niños, padres, suegros, cuñados. Comidas interminables seguidas de sobremesas soporíferas en las que cualquier miembro de esa, nuestra adorada familia, trata en vano de centrar nuestra atención. En vano, insisto, pues todo nuestro torrente sanguíneo se traslada durante los días de vacaciones a nuestro estómago, uno de los órganos más importantes para sobrevivir en agosto, relegando el cerebro a un órgano secundario.

Para qué quejarse de la rutina y la monotonía del trabajo, esa que, dentro de unos pocos días, echarán de menos muchos de los que hoy parten emocionados a sus distintos destinos vacacionales. Al final, la playa, la fiesta, las copiosas comidas y las excursiones, acaban convirtiéndose en la nueva rutina. Y puestos a elegir, más vale conocido... 

Total, que para qué quejarse de quedarse en casa en agosto. Yo, en particular, no cambio mi mesa de la redacción por ningún chiringuito de playa. El aire acondicionado que me seca la garganta me mantiene mas fresca aún si cabe que la brisa marina, inocua para la salud pero nefasta para mi pelo. Estoy más blanca que la pared, pero no tengo marcas de bikini y no sé lo que es pasar calor en una playa que parece una lata de sardinas. Y además, me ahorro las grotescas vistas de ennegrecidos cuerpos deformes, arrugados y fofos aceitosos por la crema bronceadora y al límite de la autocombustión. Y lo mejor: este año doy esquinazo a la peor parte de las vacaciones: la vuelta al trabajo.

Y aunque todo lo que precede a esta frase suena a autocompasión más de lo que me gustaría, prefiero pensar así y comerme agosto de un bocado, que dejar que agosto se me coma a mí. ¡Feliz mes! :)



1 comentario:

  1. autocompasión convincente ;)... que lástima que a mí no se me pegue!! jajajajaj

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