martes, 23 de abril de 2013

Las historias de mi vida

El olor a papel nuevo, o mejor aún, viejo y polvoriento. El tacto áspero de las hojas. Las esquinas dobladas que indican parones imprescindibles en futuras re-lecturas. Lo bien que quedan en cualquier sitio: encima de la mesita de noche junto a las gafas, al lado de una infusión calentita, esperando ordenadamente en la estantería, o sobre la cama, entre las sábanas. 

Esa impagable sensación de aislamiento, de perder voluntariamente la noción del espacio-tiempo. De zambullirte en personajes, lugares, historias... Vivas imágenes mentales que las ocasionales versiones cinematográficas se encargan de mancillar. 

Los libros. La lectura. Leer (escribir). Imaginar. Pensar (o dejar de pensar). Creer. Replantear. Aprender. Descubrir. Todo esto y mucho más es para mí un tomo de páginas grapadas, recogidas entre dos tapas. Todo lo que te haga evadirte, ganar algo que no tenías cuando empezaste a leer. 

Cuando aún no alcanzaba una década de edad, descubrí que me gustaba leer gracias a Amelia Jane, una traviesa muñeca y el resto de amigos juguetes que cobraban vida cuando nadie miraba. Algo así como un Toy Story antiguo, pero con mucho más encanto. Luego, un Barco de Vapor me condujo por cientos de caminos con sus historias: sus Lúas, sus Susi y Paul, sus fábricas de nubes y su inventor de mamás. Entonces era poco más que una forma de diversión. Pero, ¿qué es si no la lectura? 


Que sí, que me encantó descubrir a Neruda, sus 20 poemas de amor y su canción desesperada, cuando apenas contaba 15 primaveras. Tanto, que hoy sigue siendo uno de mis libros favoritos. Nunca le he visto la gracia, lo confieso, al Quijote ni al Lazarillo (y ahora podéis matarme). Me fascinó descubrir la imprescindible versión de África de Kapuscinski en Ébano, ya bien crecidita en la facultad. Y aprendí mucho sobre lo que es de verdad el periodismo con Riebenbauer y Georg Heinz. 

Pero los mejores momentos cerca de un libro los pasé con los misterios de los best sellers de Mary Higgins Clark o Carlos Ruiz Zafón. Con el Caballero de la Armadura Oxidada, que inauguré en 1º de la ESO, y he entendido por fin ahora, con casi un cuarto de siglo a mis espalditas. Muriendo de miedo con la colección Pesadillas y de risa con El Pequeño Vampiro. Secando mis lágrimas en mi Libro de las buenas noches, que siempre me saca una sonrisa. Y tantos, tantos otros tomos, más o menos importantes, algunos de escasa calidad literaria, que me han hecho reír, llorar y divertirme.




Hoy va por esas pequeñas grandes historias que hacen que seamos como somos, que algún día nos arrancaron una sonrisa, y que aún recordamos con cariño. 


martes, 16 de abril de 2013

Gente chicle

Gente chicle del mundo,

Sabéis que sois gente chicle porque, a veces, por no decir casi siempre, os sentís fácilmente maleables. Flexibles, dicen los demás. Pero lo cierto es que muy a menudo sois barquitos de papel con las velas desplegadas navegando al son de diversos vientos. Vuestras ilusiones se hinchan y explotan como globos de chicle. Y lo único que podéis hacer es dejaros masticar por la realidad dentada correspondiente.

Gente chicle del mundo, no os preocupéis si os sentís descompuestos, débiles o vulnerables. No lo hagáis, porque sois irrompibles, inquebrantables. Un chicle se estira, toma forma, se infla y desinfla, pero no se puede destruir. 

Gente chicle del mundo. Es mejor ser rosa y blandito, que duro y frío como el acero, la madera o el vidrio, pues éstos se quiebran con los golpes, y ya no hay nada que uno pueda hacer. Una abolladura en el capó de un coche, es una abolladura en el capó de un coche. Una ralla en el vidrio es una ralla en el vidrio. Una quemadura en la madera es una quemadura en la madera. Pero el chicle se recompone. Se estira, se parte y se vuelve a juntar. Se hace bolita y se ríe de los tipos duros.

Viva la gente chicle.



sábado, 13 de abril de 2013

El tramposo señor del bigote

-¿Cómo puedes saber si estás haciendo lo correcto? Es tan difícil a veces...

- Es más fácil de lo que parece. Cuando sientas que no entiendes nada, entonces estarás obrando correctamente.

- ¿Cómo? ¿Cómo puede ser?

- Bueno... Nos obsesionamos con medirlo todo, con pensar con el cerebro, que es muy útil cuando se trata de cosas lógicas. Pero el amor es ilógico. Emplear el cerebro para entender y guiarnos en el amor, es como utilizar un cincel para pintar un óleo. No es la herramienta adecuada.



- Mmmm... Ya, sí, pero escuchar sólo al corazón es un comportamiento totalmente kamikaze e irresponsable. Las emociones falsean la realidad. 

- Pues no sé, yo más bien creo que hemos atribuido al cerebro el aspecto de un tipo serio, con bigote y corbata, que no se deja engañar, que lo tiene todo atado y bien atado, mientras que al corazón nos lo imaginamos como una niñita malcriada, llorona, caprichosa y, sobretodo, muy cabezota. No sé, a veces me pregunto por qué tiene que ser así. Por qué a lo que nos dice uno tendríamos que darle más valor que a lo que nos dice el otro. ¿Qué pasaría si el corazón, que es sin duda el instrumento adecuado para entender el amor, nos gritara la verdad y, nosotros, estuviéramos perdiendo el tiempo escuchando la tramposa voz de la razón, que sólo nos quiere confundir? 

- Entonces el corazón sería como el protagonista paranoico de una película al que los malos quieren encerrar en un psiquiátrico, al que nadie cree, salvo el espectador, que sabe toda la verdad.

- Pues eso.

martes, 2 de abril de 2013

Explosión de chocolate, patatas fritas XXL y otras exageraciones publicitarias

Lo confieso. Me da miedo, pavor, utilizar esa crema dentífrica super-hiper-blanqueadora que anuncian en la tele por si me despierto con los dientes fosforescentes como Ross Geller en un capítulo de Friends. Me pasa algo parecido con el rimmel. Pues sí, claro que quiero unas pestañas más largas y tupidas, pero al estilo Audrey Hepburn, más que a lo jirafa de la sabana africana. Porque, que queréis que os diga, con eso del "ahora tus pestañas, tres, cuatro y hasta veinte veces más largas" al final más bien parece que las modelos y famosillas lleven adheridos a los párpados auténticos cepillos de caballo.





Mi pregunta es: ¿nos hemos vuelto locos? Mi auto-respuesta: afirmativo. La publicidad es cada vez más grotesca, más desproporcionada, más monstruosa, diría yo. Ahora, los rollos de papel higiénico son más grandes que mi cabeza (claro, es que me "regalan" el 20%). Las patatas fritas son tan grandes que no le caben a uno en la boca. Y tan, tan crujientes que comerlas provoca un efecto mariposa: el "crunch" de la patatilla que me como en el salón de mi casa genera unas ondas que se transmiten por aire, tierra y mar y hacen tambalear los cocos de las palmeras de Honolulu. Cuidado, es que son patatas "XXL con supercrujido bestial y atronador".

La parte buena es que ahora no hace falta drogarse para vivir una auténtica "experiencia sensorial". Mascar un simple chicle de sabor "intenso y supersensación" te puede hacer ver chiribitas. Y el café que hacen ahora... Eso sí que es intensidad. Auténtico aroma y sabor que te harán sufrir un ataque epiléptico.

Por cierto, chicas, para las que os gusta ir siempre monísimas y os fastidia tener que retocaros el maquillaje constantemente, ahora anuncian unos pintalabios indelebles, rollo tatuaje forever and ever. Eso sí, atinad con el color (y con el pulso), porque son tan resistentes (24, 48 y hasta 2385 horas) que no cabe arrepentimiento alguno. 


Y hablando de arrepentimientos y esas cosas, los preservativos ya no son ese antiguo y simple método anticonceptivo. Ahora resulta que con un pedazo de látex se puede resolver el eterno problemilla de desincronización sexual entre hombres y mujeres. Ahora el clímax conjunto es posible (¿cómo? Ni idea, pero lo dice la caja...) gracias a unos condones inteligentes que, cualquier día de estos, ya hasta llevarán una dinamo incorporada. 

Me gustaría terminar este despotrique publicitario con el elemento estrella. El protagonista de los mayores excesos y desproporciones de los anuncios. El chocolate. Y es que en estos tiempos, todo, y digo todo, lleva MÁS chocolate. Donuts rellenos y también bañados a los que les das un bocado y acabas pringado hasta las cejas. Porque todo lo que llevaba chocolate por dentro, ahora lo lleva también por fuera. Tarros de Nocilla tamaño barril de vino. Galletas con un quilómetro de crema de cacao que, te comes una, y ya no cenas. En la publicidad actual, todo es una "explosión de chocolate". Nunca hay suficiente. Y lo cierto es que esta parte es la que menos le molesta a esta golosa criticona y, lo sé, un tanto exagerada.