jueves, 5 de diciembre de 2013

Como un dolor de muelas

Hoy ha sido otro día más entre vestidos de encaje, faldas almidonadas, ribetes de raso, prints floreados y escotes corazón. Y no, no es que mi armario sea como el de Olivia Palermo, por ejemplo, ni que yo tenga ni un 1% de "it-girl", ese extraño concepto que tanto utilizo últimamente pero que no deja de sonarme a "chica cosa". 

Ser redactora de moda no es fácil, sobretodo si tu puesto de trabajo no es una moderna oficina en el centro con fotos de Audrey colgadas de la pared y números de Vogue, Elle o Vanity Fair desperdigados por las mesas. Ser redactora de moda en tu propia casa es cómodo, sí, pero ver los modelazos que se calzan las celebrities del mundo mientras tecleas a toda prisa intentando crear algo de la (casi) nada, con tus uñas mordisqueadas por el estrés, tu incalificable ropa "de andar por casa" (que es mucho peor que un pijama), tus calcetines de Mickey y tu moño torcido en lo alto de tu cabeza-hervidero.... Creédme, no mola tanto. 

Hoy mismo me he mirado al espejo y he pensado si esa pelota de pelo estrujado en lo alto de mi sesera valdría como "peinado messy". ¿No cuela, no? Bueno, ni falta que me hace. "A ver cuántas modelos o actrices tienen esta piel sin maquillar", he continuado intentando animarme mientras el violáceo tono de mis ojeras se intensificaba por segundos. Y es que, a decir verdad, hace siglos que no me maquillo (¿el corrector de ojeras, el colorete y la crema de cacao no cuentan, no?), y lo de peinarme tampoco lo llevo muy bien. Es lo que tiene trabajar en casa. Me motivaría bastante más tener en la silla de al lado a un compañero buenorro que a mi gato (no te ofendas, Romi). 

Y, claro, como decía, hablar de trapitos y de gente cuya mayor obligación es calzarse unos tacones y un vestido de Dior para dejarse hacer cuatro fotos en una alfombra roja cualquiera, no ayuda. Qué gente más desocupada, qué superficial todo, qué... Qué envidia me dan a veces. Sobretodo cuando la vida se me complica un poco más que de costumbre y pienso en lo feliz que sería yendo de fiesta en fiesta atusándome el pelo y empolvándome la nariz (con maquillaje, ¿eh?). 

"¿Sería feliz?", me pregunto soltándome el pelo y comprobando que, oye, pues tampoco estoy tan mal. No sé, los famosos parecen tener vidas sencillas pero, claro, de ellos sólo vemos el escaparate. Yo también podría salir mañana a la palestra con un little black dress de CK, unos taconazos de Louboutin y un clutch de Brian Atwood y comerme todos los flashes del mundo durante cinco minutos. Nadie se daría cuenta de si tengo el corazón roto, de si he dormido poco esa noche o de si me duele la muela del juicio. Pero bien mirado, en profundidad, ser famoso no mola nada. No sólo por lo de los paparazzis (que aún no tienes novio y ya están anunciando tu boda), sino por ese halo de perfección y glamour que lo reviste todo y que es más falso que un billete de cuatro euros.

Porque si fuera famosa no me emocionaría cual adolescente en concierto de One Direction cuando me invitan a una boda o un bautizo y, por mucho que lo disfrace de "coñazo" y de "a ver qué me pongo yo ahora", me paso semanas pensando y organizando mi vestuario (uy, perdón, que ahora se dice "outfit"). Si fuera una celebritie de esas de los tabloides, tendría un novio cada tres meses y cada ruptura sería como un pequeño tropezón en una red carpet, como cuando se te parte un tacón de aguja o se te rompe una uña, you know... 

Pero seria menos persona, menos humana, menos importante, aunque saliera en los medios todos los días. 

Que sí, que prefiero tener ojeras por llorar, y pelotillas en los calcetines de tanto repiquetear los pies contra el suelo mientras intento describir en cuatro adjetivos no ofensivos un look estrepitósamente espantoso. Que prefiero no tener tiempo para maquillarme pero sí para achuchar a Romi cada tres cuartos de hora. Y, sobretodo, prefiero tener el corazón roto que vacío de amor, que para vacío ya está mi armario. Porque al fin y al cabo, el dolor de corazón es como un dolor de muelas para el que no hay analgésico, y cada nuevo día es una alfombra roja por la que hay que desfilar poniendo la mejor sonrisa del mundo. Y si algún reportero avispado detecta las arrugas de la preocupación en torno a mis ojos o percibe que mi mueca es algo forzada... pues que venda la exclusiva al "¡Hola!". Yo aquí me quedo, reconciliándome con mis ojeras, mis jerseys calentitos y mis coleteros de colores.  



2 comentarios:

  1. Para no perder mi costumbre con tus post ... lo comparto en mi facebook, porque me ha gustado mucho !! Un besito ;)

    ResponderEliminar
  2. mil gracias, guapa! me alegro de que te haya gustado! muakkk

    ResponderEliminar