martes, 12 de junio de 2012

Mesita de noche

Siempre he querido tener una mesita de noche. A poder ser cuadrada y de madera. Una cosita rústica y mona. Un mueble donde mis cosas me esperen hasta que llegue el nuevo día. El reloj, los pendientes, alguna horquilla que pronto desaparecerá sin dejar rastro, porque ése es su destino. Objetos efímeros, cambiantes, diferentes a otros más perpetuos y, por tanto, más objetos. Un reloj despertador de esos de numeros rojos que cortan la oscuridad de la noche como un cuchillo. Una lamparita de luz amarillenta que en invierno abriga y en verano achicharra. 

Nunca he tenido, sin embargo, una mesita de noche. Ni de pequeña, ni de mayor. En ninguna de las dos habitaciones en las que he dormido de forma permanente. En la habitación de mi infancia no tenia mesita, porque apenas tenía cosas. O mejor dicho, tenía cosas que otras personas -mis padres- gestionaban (movían, cambiaban, tiraban, guardaban) por mi. 

Ahora, en la segunda cama de mi vida, lo que tengo son estanterías. De madera clara. A la altura justa para alcanzar con manotazos dormidos mis objetos sin tener que incorporarme a un ángulo mayor de 45º. Y en mis estanterías hay objetos inservibles (yo los llamo no-objetos), también conocidos como figuritas, souvenirs, marcos de fotos...) y otros como un móvil apagado o un vaso de agua (siempre medio lleno).

En estos días raros y lentos, cosas de la vida, me ha tocado tener cerca una mesita de noche. De madera y super rústica. Y me encanta, pero no es mía. Nunca lo ha sido y nunca lo será. Tan solo me acompaña "de prestado" durante una época de mi vida. Protege gustosamente mis cosas cada noche, que la abarrotan sin piedad. Lamparita, yogur vacío, pendientes, neceser, y un par de cosas ajenas. Porque la mesita no es mía, y eso no lo puedo olvidar.

No está mal lo de las estanterías, digo. Pero no son una mesita. Y yo quiero una mesita.


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