martes, 19 de abril de 2011

Il Naviglio

Un caudaloso río de agua plateada. Filas de casas de colores en ambas orillas. Terrazas sembradas de sombrillas de colores, en las que un puñado de personas, apenas unos manchurrones imprecisos, disfrutan de sus bebidas bajo el sol del mediodía. Cestas de flores de mil tonalidades abarrotan el pavimento adoquinado.

Recuerdo haberme perdido muchas veces en esa lámina, engalanada con un marco verde que aún cuelga de una pared de mi casa. Hoy, después de mucho tiempo sin mirarla, aunque todos los días la veo, he vuelto a detenerme en la alegría que desprenden los trazos vivaces de esta acuarela de colores pastel. Cuando era pequeña solía imaginarme que me adentraba en el cuadro y paseaba plácidamente por la orilla del río, disfrutando del baño de sol sobre mi piel, oliendo el aroma del café en el aire, sintiendo la humedad del agua cercana en mis huesos, oyendo el barullo de conversaciones ajenas...


Hoy, en una aproximación más aséptica y menos apasionada al cuadro, he recaído en detalles antes intrascendentes: el nombre del autor (F. Neri), escrito en la esquina inferior izquierda con trazo firme e inclinación descendiente, y el nombre del lugar, Il Naviglio, en Milán. Sin poderlo evitar, he tecleado el apellido del pintor en mi ordenador portátil. Un mediocre artista francés que, sin pena ni gloria, lleva pintando acuarelas más de veinte años. En mi indagación he encontrado unas palabras que definían el estilo del pintor como "una forma asombrosa de capturar los momentos efímeros de la vida humana". Me ha parecido que, efectivamente, el autor había sabido atrapar en esta discreta obra, un momento feliz, despreocupado. Gente conversando, apurando sus aperitivos antes de volver al trabajo.


Mi curiosidad me ha llevado también a buscar el lugar exacto de Milán que inmortaliza la lámina. Después de observar detenidamente varias imágenes del paraje, me he decepcionado al constatar que la realidad no tiene ni la mitad de magia que su interpretación artística. Las fotografías me han mostrado un lugar vulgar. Algunos escombros flotando en el río, manchas indelebles en los adoquines, pintura desconchada en las paredes de los edificios, sombrillas deshilachadas y de colores apagados devorados por el sol. Gente demasiado atareada para pararse a oler su café, devorando sus comidas por necesidad más que por placer. Ni rastro de las flores, tan sólo un par de macetas habitadas por áridas plantas perennes.


A veces, una visión concreta supera la realidad absoluta. La magia y la belleza no están en los lugares, en las cosas o en las personas, sino en los ojos de quien mira.

2 comentarios:

  1. Tan artista es el pintor de un bonito cuadro como alguien capaz de describirlo de forma tan bella :)

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